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jueves, 28 de julio de 2011
El por qué de una sonrisa (parte II)
viernes, 15 de julio de 2011
El por qué de una sonrisa
Hace ya muchos años, tantos que muchos los olvidaron ya, una joven de aspecto frágil, de claros y sagaces ojos y cabello castaño suelto y rizado, salía de lo que siempre llamó su hogar, cegada por un arrebato juvenil. Su cuerpo, ceñido por un prieto corsé –tal y como se llevaba en la época- estaba enfundado en un sencillo vestido azul que se adornaba con un lazo en la cintura. Caminaba con prisa, sin lugar concreto al que acudir, tan solo iba en busca de algo, o quizás fuera alguien, que presentía sería su liberación, mientras una gran capa del color del zafiro ondeaba tras ella dejando una estela azulada durante unos escasos instantes.
Caminó por las calles de una ciudad en pleno apogeo, repleta de risas de niños, puestos de venta y la mezcla de perfumes de las muchas damas que paseaban seguidas de su servidumbre por las angostas calles del mercado. Algunos caballeros, ataviados con sus chalecos, sombreros de copete y aquellos lustrosos zapatos limpiados a conciencia por los criados de cada uno de ellos, se reunían a charlar, siempre lejos de las entradas de los garitos de mala muerte que abundaban en aquella calle y que ellos consideraban no aptos para su persona. Los niños correteaban sin prestar la más mínima atención a sus cuidadoras, que corrían espantadas tras ellos temiendo la reprimenda de sus señores.
La joven caminaba entre la multitud, tratando de pasar desapercibida, encogiéndose en su amplia capa con la esperanza de que nadie la reconociera. Estuvo horas paseando por las calles de la ciudad sin rumbo fijo y con la mirada fija en los bajos de su vestido, mientras escuchaba con apenas interés algunas palabras entremezcladas de las conversaciones de las gentes que se cruzaban en su indefinido camino.
El sol ya estaba dispuesto a ceder protagonismo a la luna cuando, cansada de caminar, la joven se apoyó en el tronco de una enorme encina y se dejó escurrir hasta el suelo. Se había alejado mucho de su casa, y durante demasiadas horas, estaba convencida de que su madre la estaría buscando. Pero el pensamiento de volver la hizo estremecerse.
Entre sus pensamientos, no llegó a oír el roce contra el suelo que provocaba alguien al andar, y que se aproximaba cada vez un poco más, lenta y pesadamente.
-¿Hola? –la voz de un chico sonó de pronto detrás de ella.
La joven se levantó ágilmente y volvió el rostro hacia quien había hablado, y después de aquello, sin saber el por qué su sonrisa se hizo paso entre la amargura que llevaba a cuestas.