-¿Así que Massimo? –preguntó Cassandra
sonriente-. ¿Por qué a mi cabeza solo viene el aspecto de un dios griego?
-Oh,
porque eso es lo que es. Ares tendría mucho que envidiarle a semejante hombre
–contestó Alice risueña.
Las
dos se rieron y se acomodaron sobre el césped donde estaban tumbadas.
Cassandra, apoyada sobre el estómago, arrancaba trocitos de la hierba del suelo
y balanceaba las piernas suavemente en el aire, mientras Alice mordisqueaba
despreocupadamente una chocolatina y se retorcía un mechón de pelo entre los
dedos.
-Sigo
sin entender cómo no pudiste verle. La marea de chicas debería haberte
arrastrado hacia él –se carcajeó-. Fue una lástima que tuviera que irse pronto,
sino os hubiera presentado.
-Estuve
bastante escondida hasta que me topé contigo. Las multitudes no me entusiasman,
ya sabes.
-Ya…
esa tendencia tuya a esconderte –había un pequeño matiz de reprimenda en su
voz, pero frunció los labios en un gesto gracioso y se concentró de nuevo en su
chocolatina.
Cassandra
la miró unos instantes pero después volvió a su entretenimiento.
-Entonces…
¿qué pasó con mi hermano? –preguntó de repente Alice.
-Ah,
no, no empieces con eso. Además, todavía no me has contado nada concreto sobre
ese dios griego al que envidiaría el mismísimo Ares –le recordó mirándola
fijamente.
-Acabarás
contándomelo todo, señorita Diamantidis, te aviso –dijo clavando sus ojos verdes
en los de Cassandra, y provocando que esta apartara ligeramente la mirada-. No
pasó nada serio con Massimo, la verdad. Pero el chico besa bien –añadió en el
último momento riéndose.
Cassandra
se rio con ella y la golpeó con el hombro.
-¿Y
qué hay de Filippo? –recordó de repente.
-¿Filippo?
No es que estuviera saliendo con él ni nada, solo quedamos un par de veces a
tomar algo, pero me gusta sacar de quicio a mi hermano, y si exagero cuando
hablo de mis “amigos” a él se lo llevan los demonios.
-Un
día acabarás matándole a disgustos –comentó en broma-. En cierto modo le
entiendo, cuando mi hermana Dafne comience a salir con chicos tendré la
tentación de raptarla y llevármela a Nueva York conmigo.
-¿Y
tus hermanos?
-¿Mis
hermanos qué? –preguntó confusa.
-¿No
te saldrá la vena sobreprotectora cuando empiecen a salir con chicas? –aclaró
Alice.
-¿Ponerme
en plan sobreprotector con ellos? Para nada, yo me preocuparía más por sus
futuras novias que por ellos –rio-. Son más listos que los ratones coloraos
–esto último lo dijo en español, lo que causó que su amiga le dirigiera una
mirada de confusión.
-¿Qué?
-Un
dicho español, olvídalo, quería decir que son muy espabilados.
-Ah
–murmuró Alice pensativa.
Se
volvieron a tumbar en silencio, esta vez ambas mirando al cielo, meditando
internamente y observando las nubes blancas como el algodón que pasaban sobre
ellas. Alice pensaba sobre la noche anterior, repasando los acontecimientos más
relevantes y evitando pensar en una persona en concreto. Cassandra por su parte
pretendía auto-convencerse de que estaba perfectamente, que lo de aquella
mañana no le había afectado, pero no tenía demasiado éxito en su tarea. Ambas
cerraron los ojos en algún punto, disfrutando del cálido sol y del silencio que
las rodeaba, hasta que este fue interrumpido por unos suaves pasos sobre el
césped y una sombra se cernió sobre ellas. Abrieron los ojos rápidamente,
molestas por la interrupción de esos tranquilos momentos.
-¿Stefano?
¿Qué haces aquí? –preguntó Alice desconcertada al ver al hombre parado frente a
ellas, con esa expresión suya, que no dejaba entrever una sonrisa pero tampoco
denotaba seriedad total.
-Encantado
de verte a ti también, Alice –dijo con sorna.
Cassandra
susurró un rápido saludo y volvió a sumirse en el silencio. Alice ignoró el
comentario de su vecino y continuó sin más.
-¿Ha
pasado algo? –frunció el ceño algo desconcertada, pero rápidamente se le
ocurrió otra cosa-. ¡Oh! No lo había pensado, vienes a ver a Domenico, ¿no?
Está en el despacho, hoy tenía que hablar con… bueno, no sé, alguien de su
empresa.
-No,
no, pasaré a saludarle antes de irme, pero venía de parte de mi madre a traer
unas cosas que pidió prestadas –levantó el brazo derecho, de donde colgaba una
bolsa de tela-, y a invitaros a una comida que organiza mi padre mañana antes
de irse unos meses a Inglaterra por unos asuntos del trabajo.
-Ah
–murmuró Alice no muy segura de qué más decir-. Gracias por la invitación, no
puedo hablar por mis padres, pero supongo que iremos todos encantados. Les
preguntaré cuando vuelvan de la ciudad.
Stefano
sonrió formalmente como respuesta.
-Y,
por supuesto, tú también estás invitada, Cassandra –miró a la mencionada-. El
otro día mis padres no tuvieron el placer de cruzarse contigo, pero les
encantará tenerte allí.
-Oh
–exclamó suavemente-, muchas gracias por la invitación, pero no es necesario, no
quiero molestar. Al fin y al cabo solo charlé un rato contigo y con tu hermano.
-Insisto,
no hay ningún problema –él mantuvo su sonrisa, que a Cassandra le pareció
extrañamente forzada, como si no acostumbrara a sonreír-. Además, también
conoces a Lara, ¿verdad? Me dijo que se cruzó contigo en la planta de arriba.
Muy
oportunamente, Cassandra había olvidado a la repelente morena que por desgracia
se había cruzado en su vida durante unos minutos, así que le desagradó que
Stefano la mencionara mientras una enorme sonrisa se mostraba en sus labios,
pero aun así manteniendo su curioso estado de continua despreocupación.
Haciendo uso de todo su autocontrol, le regaló una diminuta sonrisa y asintió.
-Cierto.
Aunque tan solo nos presentamos, no hablamos demasiado.
-Pues
esta es una fantástica ocasión para conoceros mejor, ¿no crees? –esa sonrisa
que a Cassandra cada vez le desagradaba más, persistía en su rostro.
Alice
alternaba la mirada entre ambos, preguntándose de donde venía toda aquella
incomodidad que claramente sentía Cassandra, pero cuando el nombre de la
mediana de los Cacciatore salió en la conversación y el malestar de su amiga
prácticamente se duplicó, decidió intervenir.
-Stefano
–llamó su atención y se levantó del suelo-, muchas gracias por la invitación,
se lo diré a mis padres –extendió la mano y tomó la bolsa-. Y le daré esto a mi
madre.
-Claro,
y no hay de qué.
Cassandra
seguía sentada en el suelo, arrancando briznas de césped y sin mirar a nadie.
Cuando unos incómodos segundos en lo que nadie se movía o decía nada, pasaron,
Alice se agachó y tiró de su amiga, obligándola a levantarse.
-Bueno,
acabo de recordar que tenemos que hacer unos recados –le dijo a Stefano-. Nos
vemos mañana entonces.
Él
se despidió con un movimiento de cabeza y no le dio tiempo a decir más antes de
que Alice arrastrara detrás de ella a Cassandra y se dirigiera a toda prisa a
la puerta trasera que daba a la cocina. Una vez dentro de la casa, se sentó en
un taburete de la encimera de granito blanco y hundió la mano en un cuenco de
frutos secos que había encima, cogiendo un buen puñado y haciendo crujir los
pequeños frutos en su boca.
-¿Qué
pasa con Stefano? –preguntó al final al cabo de unos minutos, los cuales
Cassandra se había quedado apoyada contra la encimera mirándose distraídamente
las uñas.
-¿Qué?
–levantó la cabeza-. Nada, le conocí ayer, ¿qué va a pasar?
-Tienes
esa cara.
-¿Cara?
¿Qué cara? –preguntó haciendo una mueca.
-Esa
–se rio Alice-. La que pones cuando quieres fingir que algo te da igual pero en
realidad te está haciendo rabiar por dentro.
La
mandíbula de Cassandra cayó abierta. Alice se echó a reír.
-Para
cualquiera con el suficiente interés y una relativamente alta capacidad de
observación eres fácil de conocer y entender –le explicó sonriendo-. Y además,
conmigo bajas mucho las defensas.
Cassandra
resopló. Era lo mismo que le pasaba con Lorraine, se sentía tan cómoda la mayor
parte de las veces que dejaba de estar a la defensiva todo el tiempo. Sonrió
ligeramente a su reciente amiga y se sentó en un taburete junto a ella.
-No
te enfades conmigo, sé que los Cacciatore son amigos vuestros de toda la vida,
pero Stefano no me da buena espina, no sé por qué.
Alice
asintió.
-Lo
sé. El problema es que no ha cambiado con los años. Domenico y él eran buenos
amigos cuando estaban en el instituto –una sonrisa se extendía por su rostro
mientras recordaba-. Era los tipos guapos, algo arrogantes y con un ego tan
grande como esta casa.
Soltó
una carcajada corta.
-Recuerdo
esa vez, un verano, cuando mis padres se fueron un fin de semana a la boda de
uno de los socios de papá. Nosotros no podíamos ir, no recuerdo bien por qué.
Lorenzo no estaba en casa, nunca solía estarlo a partir de cumplir los
dieciocho. Yo tenía unos diez años, y mamá y papá, tras mucho insistir,
consideraron que Domenico era suficientemente mayor como para quedarse a cargo
de la casa y cuidarme a mí. Mimmo se negaba en rotundo a que contrataran una
niñera, decía que era demasiado mayor como para ser cuidado por chicas tontas poco
mayores que él o ancianas mandonas y gruñonas –puso los ojos en blanco y
suspiro-. Así que el viernes por la noche papá y mamá se fueron para coger el
avión y nosotros nos quedamos en el sofá viendo la tele y comiendo chucherías
que normalmente no me dejaban tomar por la noche.
Hizo
una pausa de unos segundos para sacar un refresco de la nevera y siguió
hablando bajo la atenta mirada de Cassandra.
-En
realidad él no tenía intención de hacer nada malo ni sacar de control las
cosas, solo le parecía genial poder tener un fin de semana la casa para él. Y a
mí me encantaba que me dejara hacer y comer lo que quisiera, pensé que sería el
mejor fin de semana del mundo –soltó una carcajada irónica-. Y al principio lo
fue, pero luego todo se desmadró.
Cassandra
la miraba interrogante, realmente interesada en lo que sucedería después,
repiqueteando con la uñas sobre la encimera.
-Stefano
vino el sábado por la mañana con esa sonrisa suya en la cara que no ha cambiado
con los años. Acabó convenciendo a Domenico de celebrar una pequeña fiesta con
los amigos más cercanos –suspiró-. Ya puedes imaginarte, una pequeña fiesta
acabó siendo un completo descontrol de adolescentes bebiendo, bailando y
gritando. Los niños ricos de papá siempre creen que tendrán gente detrás para
limpiar sus desaguisados, así que nunca se preocupan por lo que hacen, es algo
que aprendí con los años. Si Mimmo y yo no somos ahora tan repelentes como
todos aquellos estúpidos ricachones es porque mi madre pasó la mayor parte de
su vida casi sin dinero, así que nos enseñó a valorar lo que tenemos. Aun así
sé que hay veces que actúo como una niña mimada, pero me enfado más conmigo
misma que con el resto cuando me doy cuenta de ello.
Cassandra
asintió lentamente con una pequeña sonrisa estirando sus labios.
-Te
entiendo. En mi casa siempre había dinero suficiente, aunque no fuéramos ricos.
Mis padres me mandaron a buenos colegios porque podían permitírselos con un
pequeño esfuerzo ajustando los gastos de casa. Vivíamos bien.
Alice
asintió.
-Entonces
sabes lo irresponsables que pueden llegar a ser esos críos. Dejaron la casa
patas arriba. El salón y la cocina estaban irreconocibles al día siguiente. Yo
me encerré en mi habitación con una caja de galletas, una botella de zumo y la
televisión encendida cuando empezó a haber demasiada gente en la casa. De vez
en cuando mirada por la ventana para ver qué estaba pasando en el jardín. Solo
puedo decir que una niña no debería ver gente borracha en el jardín de su casa
a esa edad.
Rio
ligeramente y señaló al jardín.
-Ese
porche que está todo solado antes era césped, y a un lateral había un precioso
rosal, de flores rojas que olían mejor que nada que hubiera olido en mi vida.
Lo había plantado cuando tenía poco más de cinco años con mi madre, y era mi
planta preferida de toda la finca. Cada vez que veníamos por vacaciones era la
niña más feliz del mundo cuidando de él. Realmente extrañaba la planta cuando
estábamos en el piso del centro en los meses de colegio. Así que ahí estaba yo,
echando un vistazo a la fiesta y pensando lo poco que quería hacerme mayor si
eso significaba estar en fiestas tan horribles como esa, cuando vi a unos
cuantos arrancar las flores y tirar los pétalos por el suelo haciendo el tonto,
pisoteando mi rosal y prácticamente destrozándolo –su cara estaba perdida en
los recuerdos-. Ignoré que Domenico me había prohibido bajar, aunque no es que
yo quisiera hacerlo, y corrí escaleras abajo, salí al jardín y le pegué un
empujón a uno de los imbéciles que estaban alrededor de mi rosal. Caí de
rodillas junto a él y me puse a sollozar y gritar tan alto que mi hermano lo
oyó. Se acercó y me cogió en brazos. Echó a todo el mundo tan rápido que apenas
me di cuenta de ello. Solo quedamos nosotros dos y Stefano. Ellos empezaron a
discutir. Yo estaba sentada limpiándome las lágrimas de la cara. Recuerdo perfectamente
el momento en el que decidí levantarme y pegarle una patada a Stefano en la pierna.
Sabía que todo había sido culpa suya, y no me gustaba que estuviera gritando a
mi hermano así, llamándole aburrido y cosas peores. Me escondí detrás de Domenico
y este le echó. Creo que ese día algo en su amistad se rompió. Me sentí mal
durante algún tiempo porque creía que era mi culpa, por montar semejante
alboroto por un simple rosal. Pero tarde o temprano habría pasado. Mi hermano
maduraba mientras Stefano se quedaba estancado en la etapa del niño rico.
Cuando
terminó su historia suspiro y sonrió.
-Larga
historia, ¿eh? –susurró y tomó un trago de su refresco.
Cassandra
sonrió y asintió.
-La
gente cambia, o no, con los años. Yo, por suerte conservo a mi mejor amiga
desde que éramos niñas. Evolucionamos y maduramos más o menos al mismo tiempo,
así que siempre hemos estado muy unidas. Cuando nos mudamos a Estados Unidos
vivimos juntas durante un tiempo.
Alice
sonrió.
-Debió
de ser genial –susurró alegremente.
-Lo
fue, sí –contestó Cassandra riendo-. Y ahora en unos meses ella se casa. Toda
una aventura. Vive con su novio, bueno, ahora prometido, desde hace ya un par
de años.
-¡Oh,
una boda! Hace años que no voy a una. Me encantan, la mayoría de las veces estoy
más emocionada yo que la novia –se rio-. Estoy deseando que Mimmo se case para
montarle toda una fiesta pomposa. A mí todavía me quedan muchos años para eso.
-Yo
diría que a tu hermano también, no se le ve con muchas vistas al matrimonio,
sinceramente.
Alice
le guiñó un ojo.
-Porque
tú te haces la difícil, sino ya te habría arrastrado a Las Vegas para que te
casaras con él lo antes posible.
Cassandra
rodó los ojos, ¿qué tenía todo el mundo con decir que se escaparían y se
casarían en Las Vegas? Bastante tenía con oír esa locura de boca de Lorraine
para oírla también en labios de Alice.
Alice por su parte seguía hablando.
-Pero
será mejor que no hagáis eso o a la vuelta, después de las felicitaciones, os
mataré a los dos. Y sería una pena que os asesinara después de que os caséis,
así que no lo hagáis.
-Deja
de decir esas tonterías, Alice.
La
mencionada arqueó una ceja y frunció los labios.
-No
son tonterías, ¿o me vas a negar que cuando he entrado en tu cuarto antes
estabais bastante… juntos?
-Solo
estábamos hablando –mintió ella.
-Sí,
claro, hablando. En albornoz, sentada sobre él, con una de sus manos en tu
pierna y los labios pegados. Vamos, lo que viene a ser una amistosa charla
mañanera, por supuesto.
Cassandra
bajó la mirada y notó sus mejillas sonrojarse un poco, cosa que últimamente le
pasaba demasiado, y no le gustaba para nada. Alice la empujó ligeramente con el
hombro y guiñó un ojo.
-No
seas tonta. Estás obsesionada por negar lo que hay entre mi hermano y tú, y no
sé por qué, tampoco me importa demasiado, solo sé que te pasara lo que te
pasara tienes que superarlo. A mi hermano le dejaron plantado poco tiempo antes
de su boda, ¿qué hay más horrible que eso? Y con el tiempo consiguió superarlo.
Cassandra
asintió levemente todavía con la cabeza baja, más como con una ligera sacudida
que un asentimiento real.
-Ali,
cielo, para –una voz llegó desde detrás de ellas.
Ambas
se dieron la vuelta deprisa para encontrarse de frente con una seria Carola,
detrás de la cual estaba Apprile con los brazos en jarras.
-Abuela,
mamá –exclamó Alice sorprendida.
-Deja
de ser una niña entrometida –la regañó Apprile caminando hacia ellas.
Alice
resopló.
-Ya
no tengo 6 años, no soy ninguna niña –murmuró frunciendo el ceño.
-Pues
nadie lo diría –replicó su madre.
Carola
avanzó hasta ponerse frente a su nieta y envolvió un brazo a su alrededor.
-Eres
tan entrometida como lo era mi difunta madre, y sé que tus intenciones siempre
son buenas, pero no todo puedes arreglarlo, cariño. Esto es cosa de tu hermano
y esta preciosa señorita –sonrió asintiendo con la cabeza hacia Cassandra-. Ya
solucionarán las cosas si es que tienen que hacerlo.
Alice
se cruzó de brazos con el ceño fruncido.
-Jamás
arreglarán nada, son los dos igual de orgullosos.
Cassandra
escuchaba todo esto en silencio, sin mover un músculo.
Un
extraño silencio se asentó en la cocina cuando las tres mujeres Di Gennaro la
miraron con ojos compasivos. Ella odiaba esas miradas como pocas cosas en el
mundo. La lástima nunca fue para ella, y precisamente era ese uno de los
motivos por el que se aseguraba de evitar que le rompieran el corazón. Si nada
la dañaba nadie podría sentir lástima de ella por nada.
Se levantó del taburete en un movimiento
rápido y se apresuró a salir de la cocina sin mirar hacia delante, teniendo
como resultado un duro golpe contra alguien que la mandó directa al suelo de
culo. Sintió movimiento a su espalda, cuando Alice, Carola y Apprile se apresuraron
a acercarse y ayudarla a levantarse. Cuando estuvo sobre sus dos piernas de
nuevo, se frotó el suavemente el golpe que notaba que se había dado en el codo
y levantó la cabeza para enfrentarse a quien la hubiera golpeado tan
bruscamente, con los ojos iluminados por un poco tranquilo fuego que se había
trasladado allí desde sus mejillas.
-Lo
siento, Cassandra. Venía a coger algo, iba mirando hacia atrás y no me di
cuenta. ¿Estás bien? –preguntó Domenico con la voz calmada, aunque se podía
notar el nerviosismo que realmente ocultaba su supuesta tranquilidad.
-Sí
–se sacudió de encima la mano que él le tendía.
-Cassand…
Ella
le interrumpió con una cortante mirada.
-No
pasa nada, no ha sido a propósito, ya lo sé.
Él
asintió y echó un vistazo detrás de ella, hacia su hermana, su madre y su
abuela con mirada interrogante. Alice trató de abrir la boca, pero las otras
dos mujeres negaron con la cabeza y salieron por la puerta del jardín arrastrándola
con ellas mientras se quejaba y gruñía. Domenico se rio.
-No
sé quién temen más que se cabree, si tú o yo.
Cassandra
le lanzó una mirada envenenada.
-Jamás
me cabrearía con ellas. No han hecho más que ser amables desde que llegué aquí –replicó
ella.
-¿Sigues
pensando que fue una idea tan horrible venir a Siena y quedarte en casa de mis
padres? –susurró él con la cara neutra.
-A
ratos. Pero no me arrepiento de haberlas conocido a ellas –asintió con la
cabeza hacia la puerta trasera.
Él
asintió.
-Te
adoran. Más de lo que puedas pensar –susurró mientras caminaba hacia la nevera
y sacaba un par de botellines de cerveza de ella.
Le
tendió uno a Cassandra y sonrió levemente.
-¿Entonces
vamos a hablar o vas a seguir evitándome como si tuviéramos quince años?
Ella
se encogió de hombros.
Él suspiró pasándose una mano por el
pelo.
-Está
bien –murmuró ella por fin al cabo de unos angustiosos minutos.
Domenico
cerró los ojos unos segundos aliviado y se sentó junto a ella para tener esa
conversación que, a pesar del poco tiempo que llevaban conociéndose, le parecía
que ya hacía mucho que necesitaban tener.
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Y después de lo que parecía una eternidad... ¡aquí está! Decidme, qué os ha parecido. ¿Hay ganas de que el ya mencionado Lorenzo aparezca? ¿Se reclama alguna escena romántica? ¿Qué echáis en falta? Yo por mi parte diría lo del momento romántico jaja Soy una romántica empedernida de vez en cuando ;P Pues nada, si no sigo retrasando la aparición con mi reticencia a sacar a mi muy odiado Lorenzo, y todo sigue según lo previsto, dentro de dos o tres capítulos aparecerá ya sí que sí el mencionado. Y descubriremos en quién pensaba Alice mientras estaba tumbada en la hierba y por qué estaba tan distraída.
¡Y esto es todo por hoy! A ver si me doy prisita en escribir el siguiente, que la distracción que tengo encima no es normal >-<
¡Un saludo!♥