Y
ahí estaba yo, frente a un ser de rasgos tan hermosos, pero aspecto tan
diabólico, que las mil y una sensaciones que recorrían todo mi cuerpo eran tan
intensas como contradictorias.
Las suaves
líneas que conformaban su rostro le daban una dulzura sobrenatural, escalofriante
incluso. Sus labios rojizos eran tan sensuales y mortíferos que supe que su más
mínimo toque me mandaría directo al más placentero de los infiernos. Y sus
ojos, esos ojos que no podían ser de este mundo ni de ningún otro, me atrevería
a decir, tenían el color brillante de las esmeraldas, los rubíes y las
amatistas, todas ellas mezcladas en una caótica vorágine en la que predominaba
un rojo sanguinolento pero tan atrayente... La suavidad de su cabello habría
sorprendido a cualquiera, aquellos perfectos y largos bucles de un marrón tan
apagado que llegaba a parecer grisáceo, con esos desconcertantes golpes de
color rojizo de las ascuas candentes que apenas mantienen con vida una hoguera.
Su sonrisa, que inspiraría temor en cualquiera, a mí tan solo me fascinaba, sus
dientes afilados, manchados ligeramente por algún resto de sangre, todo ello
haciendo perfecto conjunto con aquellas afiladas y brillantes uñas que serían
capaces de arrancar el corazón, literalmente, a cualquiera. Como toque final a su
excentricidad y su diabólicamente perfecto aspecto, dos rugosos cuernos de un
color blanco roto, mate, prácticamente sin brillo, coronaban su cabeza.
Una vez fui
capaz de apartar la vista de su cara me fijé en el resto del cuerpo, un cuerpo
largo, curvilíneo y tapado estratégicamente con una extraña mezcla de telas y
hojas que le daban un aspecto de lo más exótico. Su piel, toda ella de un color
ceniciento parecía tan suave como un manto de seda, y la cantidad de ella que
estaba expuesta dejaba poco a la imaginación. Una imaginación pecaminosa, sin
duda.
La
fascinante criatura se acercó a mí, mostrando sus mortales dientes en una
sonrisa demoníaca Tomó una de mis manos entre las suyas y lamió la palma sin
dejar de mirarme a los ojos, retándome a decir algo contra aquello. Pero yo
estaba tan perdido en las sensaciones que simplemente la observe, embriagado
con la mayor de las fascinaciones. Su rostro ceniciento se acercó al mío hasta
que noté sus labios posarse sobre los míos con furia. El silencio era total a
nuestro alrededor, y yo era incapaz de cerrar los ojos, atrapado por la
profundidad desconcertante de los suyos.
Algo en su
rostro cambió, y su sonrisa se volvió más calidad, si es que eso era posible.
Comenzó a andar, arrastrándome consigo, hacia las profundidades de aquel
extraño bosque en el que yo me había perdido. Casi tuve la intención de decir
algo, casi. Pero me mantuve en silencio, y ningún sonido rompió el silencio hasta
que su voz suave, fluida y siseante llegó hasta mis oídos.
-Ahora, querido, te daré a
probar el ardor placentero que conocemos los seres infernales.
Su risa profunda y el movimiento
de su cuerpo me hipnotizaron de tal manera que olvidé quién era, de dónde venía
y dónde se supone que debería estar. Y con la velocidad de un parpadeo me perdí
en aquello que tan acertadamente ella había llamado “ardor placentero”.
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