Seguidores

lunes, 19 de agosto de 2013

Talía y Melpómene

-¡Hazme caso! En esta ocasión déjame interceder a mí –la voz frustrada de la menuda y bella mujer era demandante aunque fuera solo un susurro.
                -Cállate, Talía, o acabaran descubriéndonos –trató de silenciarla otra mujer, más alta pero igual de bella.
                -Demetrius necesita inspiración bucólica, la belleza del campo, el olor de la naturaleza y el sonido de los susurros del viento –insistía Talía-. ¿No lo ves?
                -Demetrius no necesita esas tonterías, es un hombre, no un corderillo –contradijo la mujer alta rodando los ojos-. Además, ¿te olvidas de Denes? Él también forma parte de todo esto.
                -Denes es tan pesimista como tú, Melpómene, eso no te lo negaré –Talía se cruzó de brazos y miró enfurruñada a su hermana-. Pero precisamente por eso necesita un poco de la frescura del campo para alegrarle.
                -Pareces olvidar que somos musas. Nosotras no tenemos que tratar con los demonios internos de cada uno. Deja que Hades juzgue su interior cuando muera –Melpómene tiró de su hermana hacia sí y puso un dedo sobre sus labios al ver que pretendía quejarse-. Nuestra labor es inspirar, no transformar. Ahora guarda silencio, te recuerdo que este no es un encargo cualquiera.
                Talía le dedicó un gesto hosco, pero ninguna palabra más salió de sus labios. Las dos musas permanecieron juntas, en silencio sentadas sobre la rama de un frondoso roble que debía contar con varios siglos de vida.

                -Demetrius, razona. La gente está harta de los campos –decía Denes frotándose las sienes-. Pasan la mayor parte de su vida en ellos, rastrillando, regando, recolectando, alimentando ganado y mil cosas más como esa. ¿Crees que quieren que en su única forma de evasión también se cuele su tortura de cada día?
                -Hermano, eres un exagerado –rio el joven, haciendo botar sus rizos dorados-. ¿Acaso crees que tu intención de crear una historia trágica y fatalista animaría al público? Como tú has dicho sus vidas ya son demasiado duras, no entiendo tu afán por mostrarles penurias en lugar de alegría.
                Denes le miró con el ceño fruncido y descargó un ligero golpe sobre la nuca de su hermano pequeño.
                -Claro que no lo entiendes, estúpido. Ver las fatalidades que les ocurren a otros les hará pasar las suyas con mayor valentía. Verán que hay cosas peores en este mundo que ser pastores y labriegos.
                -Esa es una idea estúpida. Lo que necesitan es la alegría del amor en los campos para darles esperanza a sus corazones –Demetrius tenía una mirada risueña, que pocos metros más allá y por encima de sus cabezas, imitó la dulce Talía mientras agarraba la mano de su hermana.
                -Vas a hacerme llorar. Del horror –puntualizó Denes exasperado.
                Los dos hermanos se alejaron el uno del otro y caminaron entre los árboles del bosque donde buscaban que surgiesen sus ideas.
                -De todos modos, eso da igual. Ninguno sabe por dónde empezar. Nuestras amadas musas no nos honran con su inspiradora presencia esta soleada mañana –se burló dejándose caer bajo un pequeño roble.
                Ante las burlonas palabras del joven, Talía descendió graciosamente desde la rama, aterrizó con gesto enfadado y, poniendo las manos en las caderas, se acercó al insolente Denes.
                -Las musas no somos dicteriades, auletrides ni hetairaes que tengan que acudir a complacerte, estúpido y creído mortal –gritó ella indignada plantándose frente a él.
                Él se levantó asustado, mirando a la joven con desconfianza y estudiando sus rasgos, que normalmente debían ser dulces, frunciéndose en una mueca de enfado. Se pegó al árbol que quedaba a su espalda y levanto las manos tratando de poner distancia entre ambos.
                -¿Quién demonios eres tú y de dónde has salido? -gritó espantado.
                En ese momento Melpómene se acercó rápidamente a su hermana y, tomándola del brazo, la arrastró a un par de metros de distancia del chico.
                -¡Talía! Padre dejó bien claro que no nos dejáramos ver por el momento –riñó a la menuda musa.
                -¡Malditos encargos! Odio trabajar contigo. Siempre me encuentro con jóvenes estúpidos y sin alegría –se libró del agarre de su hermana y se alejó un par de pasos de ella-. Yo inspiro a los soñadores, amantes de la naturaleza y con amor en su corazón. No sé qué tiene eso que ver con la tragedia de tus artes. ¡Son incompatibles!
                Melpómene no se molestó en responder a los gritos de su hermana, la tomó nuevamente del brazo y trató de alejarla de los jóvenes, que se habían acercado a ellas, aunque a una distancia prudente, y observaban pasmados.
                -A padre no le agradará esto –susurró intentando hacer entrar en razón a la testaruda Talía mientras dirigía rápidos vistazos a los hermanos.
                -Me da igual –espetó ella-. Soy una musa, no una esclava.
                Un fulminante resplandor, seguido de un trueno ensordecedor, cruzó el cielo, provocando que todo el bosque se silenciase.
                -Perfecto, Talía, le has hecho enfadar –sonrió a su hermana sarcásticamente-. Ni una palabra más –indicó cuando su boca se abrió.
                Una vez el cielo recuperó la calma, la vida volvió al bosque, y los hermanos salieron de su ensimismamiento.
                -Siento interrumpir vuestra intensa discusión, ¿pero podríais explicar qué acaba de ocurrir? –preguntó Denes irritado, cosa que no agradó a las musas.
                Demetrius le reprendió con la mirada y se acercó a ellas con paso calmado, observando con sus ojos azules a las bellas hermanas.
                -Disculpad los modales de mi hermano –dijo con voz suave-. Pero nos gustaría saber quiénes sois, hermosas jóvenes.
                Talía sonrió y se zafó del agarre de su hermana.
                -Estos son los jóvenes a los que adoro –sonrió verdaderamente alegre y tomó las manos del chico entre las suyas-. Educados, alegres, divertidos, dulces y soñadores.
                Demetrius le devolvió una sonrisa, aunque su mirada estaba cargada de confusión.
                -Mi nombre es Talía –la musa rio alegremente y depositó un delicado beso en su mejilla-. Aquella estirada es mi hermana Melpómene.
                -¡Talía! –gritó ella riñéndola.
                -En el fondo la quiero, pero debería de ser más alegre –susurró al oído de Demetrius, cuya risa se musical se alzó en el ambiente.
                -Encantado, Talía, mi nombre es…
                -Demetrius, lo sé –sonrió-. Y aquel es tu hermano Denes –añadió frunciéndole el ceño a este último.
                Su respuesta dejó al joven perplejo.
                -¿Has estado espiándonos? –casi gritó Denes.
                -Por supuesto que no –se defendió Talía-. Las mus…
                -No vuelvas a decir nada más, Talía, nos vamos –trató de tirar de su hermana, pero esta se aferró al joven de cabello claro y ojos azules y se negó a ir-. ¡Talía! –gritó enfurecida.
                -Deja de repetir mi nombre, hermana, creo que ha quedado bastante claro.
                Melpómene emitió un suspiro exasperado.
                -Eritó siempre se muestra ante sus poetas, no entiendo el afán que tenéis Urania y tú por no dejaros ver. Si pretendemos que crean en nosotras no deberíamos andar siempre escondidas como hacen los estúpidos dioses –cruzó los brazos molesta y se acercó aún más a Demetrius, que la observaba sorprendido.
                De nuevo la calma del cielo se vio interrumpida por un fogonazo de luz y un sonoro trueno.
                -Cállate de una vez, acabarás enojando a todo el Olimpo –Melpómene trataba de contener las ganas de golpear a su testaruda hermana-. El don de Eritó trabaja de otra manera, ya lo sabes, y además Urania y yo no somos las extrañas por no dejarnos ver, sois Euterpe y tú las que insistís en coquetear como crías en vuestro trabajo, ¿no tenéis suficiente con Pan?
                -No pienso responder a eso –se giró indignada, dando la espalda a su hermana y enlazó el brazo con el del muchacho-. Estoy cansada de pelear. Como ya he dicho, soy Talía, musa de la comedia y la poesía bucólica –sonrió como una niña pequeña.
                -¿Musa? –esta vez el que intervino fue Denes, acercándose al variopinto y pequeño grupo que había estado observando durante unos largos minutos-. ¿Cómo las musas de las historias, hijas de Zeus y Mnemosine?
                -¿Acaso hay otra musas? –preguntó a su vez Talía.
                Demetrius miró a la dulce joven y se alejó un par de pasos, reteniendo una de las manos de ella entre las suyas.
                -¿Habéis venido a ayudarnos? –sus ojos estaban brillantes y esperanzados.
                -Claro.
                Ambos sonrieron.
                -En realidad hoy solo estábamos aquí para observar –intervino Melpómene-. Pero parece ser que mi hermana se ofendió ante las burlas de Denes.
                El mencionado agachó la cabeza, ligeramente avergonzado.
                -¿Y tú eres…?
                -Melpómene, musa de la tragedia y el drama –sonrió levemente.
                -¿El destino nos bendice con la presencia de dos musas? –exclamó sorprendido Demetrius.
                -Las Moiras no han intervenido en esto, no controlan cada detalle, por mucho que quieran hacer creer que sí –Talía rio.
                -¿Pretendes llevarles también al Olimpo, hermana? Tu lengua está demasiado enérgica hoy.
                -De acuerdo, ya no diré más -dijo no queriendo iniciar una nueva discusión.
                Repentinamente Demetrius se echó a reír, viendo en las riñas entre las musas el mismo afecto que tenía por su propio hermano, a pesar de las muchas disputas que tuvieran.
                -Tu perfecto muchacho parece reírse mucho a nuestra costa, querida hermana –dijo Melpómene en tono mordaz.
                -Oh, por favor, no empieces –contestó Talía rodando los ojos-. Juro que renunciaría a parte de mi sentido del humor con tal de que contribuyera a aumentar el tuyo, o mejor dicho, a hacerlo existente –añadió sonriendo con un ligero brillo de malicia en los ojos.
                La altiva musa no se molestó en buscar palabras con las que responder a su hermana. Se limitó a mirarla con la barbilla alta, para después acercarse, casi inconscientemente, unos pasos en dirección a Denes.
                -Será divertido tratar de poner nuestras ideas en orden con dos musas que son tan contrarias la una de la otra –espetó éste.
                -Lo dices como si entre nosotros no fuéramos igual de contrarios que ellas –dijo Demetrius en tono burlón.
                -¡Silencio! –gritó Talía con esa voz alegre y dulce que la caracterizaba-. Estoy segura de que habrá una manera de introducir vuestro terrible fatalismo en nuestra magnífica visión de la alegría campestre.
                -Sin duda hemos de temer a mi hermana –susurró Melpómenes inclinándose hacia Denes-. Creo que es, sin lugar a dudas, la más terca de todas las musas.
                Y con este último comentario, los dos amantes de la naturaleza echaron a reír, incitando incluso a sus dos contrarios amantes de la tragedia a dibujar en sus rostros unas ligeras sonrisas que darían paso a una tarde repleta de ideas y risas que los dos hermanos nunca conseguirían olvidar.



Muy buenas!! Mientras escribía este relato de las musas (que como podéis ver en este caso es de dos de ellas, las del teatro, como ya hace tiempo creo recordar que mencioné que haría), iba pensando que estaba metiendo demasiados detalles que podrían ser desconocidos si no se sabe mucho de mitología griega, así que para que no haya problemas, dejo aquí explicadas algunas cosillas:

-En primer lugar, dicteriades, auletrides y hetairaes, son básicamente las "señoritas de compañía" (para lo menos finos: prostitutas) de la Antigua Grecia. Las primeras son las de menor rango, las que podrían considerarse del pueblo llano, más asequibles. Las segundas dan sus servicios a la clase media, por lo que deducimos que sus salarios y condiciones son mejores que las que las primeras. Y las última serían las que hoy llamamos "de lujo", considerablemente parecidas a las cortesanas que a cambio de sus servicios recibían de sus protectores un lugar donde estar y una considerable cantidad de lujos, que vivían bastante bien, todo hay que decirlo.

-Lo siguiente es hablar sobre el mencionado "Pan". Es el dios de la sexualidad masculina, pero también se lo asocia con el campo y la naturaleza, es algo así como el dios de los pastores, y se dice que tocaba la flauta de pan (creo que más adelante entenderéis porque menciono esto), por lo que me pareció conveniente relacionarlo de alguna manera con Talía. Que yo conozca, no se les relaciona directamente ni hay ningún mito en el que estén implicados, pero esto lo escribo yo y me parece que en el fondo en la mitología griega todos estaban liados con todos jaja [Conclusión: que me apetecía meter datos varios de la mitología griega como me apetecía, básicamente].

-Como habréis notado, menciono el nombre de bastantes musas en este relato. Ya conocéis a Eritó, musa de la poesía amorosa, pero en este caso he mencionado también a Urania, musa de la Astronomía y Filosofía, amante de las ciencias exactas como las matemáticas. Y también se menciona el nombre de Euterpe, en este caso musa de la música instrumental, en especial relacionada con la flauta (este es el momento en el que tendrías que pensar en cierta parte del relato, en el paréntesis de más arriba y decir: Aaaah, claro!! xD).

-La creencia más extendida en el mito de las musas es que son hijas de Zeus y Mnemosine (diosa de la memoria), como he indicado en el relato, pero lo cierto es que en otra creencia algo menos extendida se dice que podrían ser hijas de Urano y Gea (ambos titanes), pero lo cierto es que esta versión no me terminaba de gustar así que me decanté por la creencia más popular, que a mí forma de pensar concorda más, ya que todos sabemos lo promiscuo que era Zeus.

Y con esto creo que he dicho todo lo que tenía que decir sobre aclaraciones jaja 

Como más información, estoy escribiendo el siguiente capítulo de Besos de Rubí, y el resto de relatos de las musas (quedan 4) no creo que tarde mucho en ir subiéndolos, espero que anden casi terminados entre septiembre y octubre (como he dicho, ESPERO jaja).

Bueno, esta entrada ya es suficientemente extensa. Si queda alguna duda, no dudéis preguntar en los comentarios.

Saludos!!

jueves, 15 de agosto de 2013

Especial: entrada 100. Doble capítulo de Besos de Rubí.

Muy buenas!! Aquí tenemos la entrada numero 100!! Por fin ¿no? Sé que llegó con esta entrada bastante más tarde de lo que debería. De hecho, más tarde de lo que yo misma pensaba a sabiendas de que acabaría atrasando el momento de publicarla (que es algo que inevitablemente acaba pasándome siempre).
Pero ya no hago esperar más!! Aquí está el DOBLE CAPÍTULO (tomaos vuestro tiempo para leer tranquilamente). El problema para subirlas radicaba básicamente en mi incapacidad para terminar el capítulo 13. En el fondo no sé si de verdad me gusta el final, pero bueno, espero que lo compense con ciertos momentos que, a mí personalmente, me ha encantado escribir.
Un beso y no me enrollo más, ¡¡os dejo leer!!


Capítulo 12

            -No estabas durmiendo, ¿no? –Domenico se mostraba algo arrepentido y nervioso.
            -Tranquilo. Alice acaba de irse –estiró la mano y encendió la luz de la mesilla.
            -Quería hablar contigo –continuó.
            -Eh… claro, dime, ¿de qué quieres hablar? –su voz era algo insegura.
            Domenico sabía que ella trataba de hacer ver que no pasaba nada, que no había nada de lo que hablar. Se pasó una mano por el rostro y emitió un fuerte suspiro.
            -Sabes perfectamente de qué quiero hablar –su tono ya no vacilaba, más bien era de rendición-. Si vas a hacer como que lo de esta mañana no ha ocurrido, perfecto. Pero vas a escucharme primero.
            -¿Y por qué diablos hay que hablar de ello? Olvídalo, no pasó nada –del repentino cabreo se levantó de la cama en un brusco movimiento.
            Ambos permanecieron en silencio, Cassandra molesta por tener que hablar de algo que ella solo quería olvidar, Domenico mirándola con sus ojos grises cada vez más oscuros, percatándose del corto camisón negro que llevaba puesto. Esto último llamó la atención de ella, que en ese momento se dio cuenta de que esa noche, ante la insistencia de Alice, se había puesto una de sus prendas de dormir más ligeras.
            Domenico dio un par de pasos hacia ella. Ninguno hablaba, Cassandra no se movió ni un milímetro. Interiormente se maldecía a sí misma por ser consciente de que todo aquello no debería estar pasando, que la locura de esa mañana no podía repetirse, y a pesar de ello no ser capaz de deshacerse de la malditamente deliciosa electricidad que la recorría de pies a cabeza.
            -Esto no está bien –susurró, sin darse cuenta, lo suficientemente alto como para que él lo escuchara.
            -¿Y por qué? –no se molestó en susurrarlo, quería que lo oyera.
            -Porque no –está vez si quería que él se enterara-. Nadie inteligente se deja llevar por la atracción, no puede ser de otra manera.
            -¿Entonces admites que te atraigo? –le dedicó una sonrisa torcida y pícara.
            -¡No! Puede… ¡no lo sé! –se desesperó y se dejó caer de nuevo entre las almohadas-. Tenía once años el día que dejé de creer en el amor. Y con ello decidí también que jamás me dejaría llevar por algo tan absurdo como la atracción.
            -No es absurdo –negó Domenico con la cabeza, y se acercó hasta sentarse a su lado en la cama-. Algo tan natural no puede ser absurdo.
            -Lo es –insistió ella-. La atracción puede llevar a algo más, y ese algo puede destrozar a uno.
            -No me lo creo –emitió una risa seca-. Resulta que eres La Reina del Hielo por miedo a que te rompan el corazón.
            -No tengo miedo –casi gritó ella.
            -Lo tienes –repitió-. ¿Nunca te has involucrado con un hombre por ello?                    
            Cassandra captó el doble significado de sus palabras.
            -He estado con hombres, no soy ninguna santa –declaró mirando a otro lado con la barbilla alzada-. Pero no he querido tener relaciones largas. No estoy hecha para ellas.
            -¿No estás hecha o no quieres estarlo?
            -¿Acaso importa?
            Domenico no contestó a aquello. Claro que importaba, y mucho, pero no quería insistir. Jamás ganaría en una guerra verbal con ella. Pero…
            -Está bien, como quieras –fingió rendirse-. No insistiré más.
            -Bien –respondió secamente ella.
            -Bien –repitió él.
            La notaba cerca, muy cerca, tumbada de espaldas a él. Tan solo unos centímetros y podría tocarla. Deslizó la mano lentamente sobre las sábanas de seda y rozó su espalda sutilmente.
            -Domen… –quiso quejarse ella.
            -Ssshhh.
            Volvió a rozar su espalda y deslizó la mano sobre ella hasta su cuello, agachándose para depositar un tierno beso sobre él. Notó el escalofrío que la recorrió.
            -¿De verdad eres capaz de decirme sin ninguna duda que esto es absurdo? –preguntó con voz grave.
            Ella asintió.
            -¿Y esto? –se inclinó de nuevo y depositó un reguero de besos desde su cuello hasta la comisura de los labios.
            De nuevo ella asintió, aunque el estremecimiento que acompañó el movimiento de cabeza le quitó gran parte de convicción.
            -Al diablo las sutilezas –exclamó él, y tomando con una mano su barbilla para girar su cabeza estampó los labios sobre los de ella sin darle tiempo a que tratara de evitarlo.
            Aquello fue distinto a lo de aquel día en su apartamento, muy distinto. En apenas unos segundos había conseguido atraerla hasta sus brazos, enredar los dedos en su pelo y tenerla a su merced. Profundizó el beso, obligando a la lengua de ella a enredarse con la suya propia. Podía notar que el aire abandonaba sus pulmones pero no separó sus labios de los de ella, no podía. Tenía el horrible presentimiento de que si lo hacía, aquello no volvería a repetirse. No podría convencerla con palabras, había llegado a la conclusión de que sería imposible, pero aquello era una muy distinta forma de convicción. Y rogaba como nunca lo había hecho porque aquello funcionara, aunque fuera un poco.
            Apretó el cuerpo de ella al suyo. No iba a llegar más lejos de aquello, no aquella noche al menos. No sería justo para ninguno de los dos. Y con ese pensamiento, y temiendo por su autocontrol y sus pulmones, rompió el contacto bruscamente y caminó en dirección a la puerta.
            -Buenas noches, Cassandra, que descanses.
            Abrió la puerta y se marchó, dejando tras de sí a una muy temblorosa Cassandra que gritaba interiormente por la confusión que la embargaba.

…………………………………………………………………..

            -En seguida bajo –Alice susurraba a su móvil-. Dame un minuto.
            Colgó, abrió el armario rápidamente y se vistió con unos pantalones cortos vaqueros y una holgada camiseta blanca. Sin perder un segundo, cogió unas zapatillas bajas de tela que aún estaban en el suelo y salió de su habitación con el máximo sigilo. Cuando llegó al final del pasillo sin incidentes y comenzó a bajar las escaleras suspiro.
            “Es ridículo que con 22 años tenga que salir a escondidas” pensó, pero aun así continuó en absoluto silencio.
            -¿Alice? –no era otra sino Carola Bianchi quien se encontraba en el extremo izquierdo del pasillo mirándola con el ceño fruncido.
            -¡Abuela! ¿Qué haces despierta a estas horas?
            -Eso mismo iba a preguntarte yo, jovencita –se carcajeó la mujer-. ¿Escapándote para ver al novio? –la sonrisa pícara de su abuela no pasó desapercibida para ella.
            -Claro que no. Solo es Giulio, quiere hablar conmigo.
            -¿El mayor de los Cacciatore? –preguntó Carola tratando de hacer memoria.
            -No, abuela, ese es Stefano. Giulio es el pequeño –Alice no pudo evitar reírse.
            -Cierto –asintió también riendo.
            Las dos se miraron durante unos segundos, sin decir nada.
            -Abuela, de verdad tengo que irme. Hasta mañana, descansa. Te quiero –lanzó un rápido besó en su dirección y se fue escaleras abajo.
            Carola se apoyó en la barandilla de madera oscura y observó a su nieta salir de casa apresuradamente. Sonrió y se giró con la intención de volver a su cuarto, olvidando el motivo por el que había salido en primer lugar.
            -¿Dónde va Alice a estas horas? –la voz a su espalda provocó que diera un pequeño bote.
            -¿Qué…? –comenzó a decir, ligeramente sobresaltada-. Cassandra, preciosa, eres tú. Le has dado un susto de muerte a esta anciana.
            -Lo lamento Carola –se disculpó-. No era mi intención asustarla. Iba a la cocina a coger un vaso de agua –eso no era del todo cierto, pero no había mentido mucho tampoco.
            -¡Oh! Me has recordado por qué había salido yo de la habitación –Carola sonrió-. Y creo haberte dicho esta tarde que no me gusta ser tratada de usted.
            Cassandra asintió y se acercó a ella.
            -Vamos a la cocina –dijo alegremente la mujer tomando el brazo de Cassandra e incitándola a bajar por las escaleras.
            -Pero… -trató de protestar.
            -Pero nada –sentenció la mujer con voz alegre-. Vamos a ver que encontramos en la nevera de mi hijo.
            Una vez sentadas en la mesa de la cocina con un vaso de vino delante de cada una y una caja de bombones entre ambas Carola comenzó a hablar animadamente.
            -Adoro el chocolate tanto como mi nieta, pero lo creas o no es una debilidad. En todos los años que llevo con Giacomo jamás he sido capaz de enfadarme por mucho tiempo con él. ¡Siempre me regalaba una caja enorme de los mejores bombones!
            Cassandra rio y se inclinó en la mesa para tomar un cuadrado de chocolate negro.
            -¿Tiene usted…? –se interrumpió a sí misma ante la mirada reprobatoria pero divertida de Carola-. Quiero decir, ¿tienes por costumbre tomar un vaso de vino con chocolate de madrugada?
            La mujer sonrió, haciendo brillar sus ojos verde esmeralda iguales a los de Alice.
            -Tengo que decir sí a lo del chocolate –emitió una graciosa carcajada-. Pero he visto la botella en la nevera y me ha parecido buena idea.
            -Gran idea –sonrió.
            -Tengo que confesarte algo –dijo de repente Carola-. Muero de ganas de preguntarte que os traéis mi nieto y tú. Pero –prosiguió cuando Cassandra trató de decir algo-, no lo haré. Me recuerdas a mí de joven. Terca, independiente, fuerte. Pero ni siquiera nosotras estamos exentas del amor, querida. Llegará el día en el que alguien tenga tanta devoción por enamorarte que lo conseguirá.
            Cassandra bajó la vista hacia el bombón que sostenía entre el pulgar y el índice, un perfecto corazón mitad blanco mitad negro, y lo miró pensativamente.
            -Y los Di Genaro son unos maestros en cuanto a enamorar se trata, siempre consiguen lo que quieren –añadió Carola sonriendo-. Bueno, querida, mañana comeremos en la ciudad, será mejor dormir. Buenas noches.
            Y con una gran sonrisa y un roce a las manos de Cassandra, la mujer salió de la cocina en dirección a las escaleras.
            Cassandra se comió el bombón y guardó todo en la nevera. A continuación subió las escaleras decididamente, aunque temblando en el interior al pensar que las palabras de la segura mujer se hicieran realidad.

…………………………………………………………………..

            -Tengo que volver a casa. Son casi las cuatro, y mañana salimos todos a comer fuera. Lo siento –tras depositar un ligero beso en la mejilla del chico, Alice salió corriendo sobre la hierba húmeda que se extendía por parte de la propiedad.
            Recogió su vieja bicicleta, que hoy le había sido de lo más útil, y comenzó a pedalear con fuerza hacia su casa. Estaba agotada. Necesitaba dormir urgentemente o por la mañana nadie conseguiría sacarla de la cama.
No tardó mucho en llegar, aunque el camino se le hizo demasiado largo a ella, dejó la bicicleta en el cobertizo del jardín trasero y entró en casa en silencio. Subió las escaleras rápidamente y abrió la puerta de su habitación. Sin siquiera molestarse en encender la luz se quitó las zapatillas y los pantalones y se dejó caer en la cama cerrando los ojos. Rodó sobre sí misma para ponerse de costado y abrió los ojos un instante para comprobar la hora. Un espeluznante chillido escapó de su garganta cuando vio que en el espacio que debería estar vacío a su lado había alguien cubierto por una manta.
Su grito espantado despertó a toda la casa. En pocos minutos Domenico, Ettore y Giacomo estaban en su habitación, mientras Apprile y Carola observaban desde la puerta. Cuando Ettore encendió la luz la escena que estaba ante sus ojos no fue para nada lo que esperaba. Alice agarraba una almohada en alto al pie de la cama mientras una muy adormilada Cassandra la miraba aún tumbada sin entender nada.
            -¿Qué demonios pasa aquí? –Domenico fue el primero en hablar.
            -¡¿Cassandra?! –exclamó Alice.
            -¿Por qué está aquí todo el mundo? –preguntó ella frotándose los ojos, sin ubicarse del todo.
            -¿Qué pasa? ¿Por qué has gritado, Alice? –preguntó Apprile con gesto preocupado entrando en la habitación.
            La habitación se quedó en silencio unos instantes hasta que Cassandra, ya má despierta, carraspeó.
            -Es culpa mía –intervino-. Quería hablar con Alice y debí de qued…
            -¡No! –exclamó de repente Alice-. He sido yo. Es que… estábamos hablando y debimos de quedarnos dormidas. Me he despertado y no recordaba que ella estaba aquí.
            Cassandra la miró extrañada, y Alice le devolvió una insistente mirada para que acreditase su historia.
            -¿Seguro? –insistió Ettore.
            -Claro –mintió-. Ha sido todo una confusión.
            -¿Y pretendías defenderte de tu agresor imaginario con una almohada, niña? –se carcajeó Giacomo.
            Alice lo miró con el ceño fruncido pero no dijo nada. Repentinamente Carola dejó escapar una sonora carcajada.
            -Vamos, vamos, ya veis que ha sido todo una tontería –la mujer apremió a todos a salir de la habitación-. Dejemos a las chicas recuperarse de este susto tan tonto y vamos todos a dormir.
            Domenico se quedó en el sitio, mirando a ambas con desconfianza.
            -Vamos –Carola le tomó del brazo.
            Cuando todo el mundo salió de la habitación, Alice suspiró fuertemente.
            -Lo lamento mucho, no pretendía asustarte –se disculpó Cassandra, ya totalmente despierta e incorporada en la cama.
            -No pasa nada –le quitó importancia Alice, que se sentó junto a su amiga-. Pero me has dado un susto de muerte. ¿Qué haces aquí?
            -No creía que fueras a tardar demasiado, así que me quedé esperando a que llegaras. Debí de quedarme dormida, lo siento –bajó la mirada.
            -Bueno, el susto nos lo hemos llevado todos –se rio ella.
            Cassandra la imitó, ya más animada.
            -Por cierto, ¿de dónde vienes a estas horas? ¿Y por qué has mentido a tu madre?
            -Bajé a hablar con un amigo un momento, pero se nos pasó el tiempo volando. Y prefiero que mamá no sepa de mi escapada nocturna. Queería que le relatase hasta que parte del césped pisé –explicó.
            -¿Un amigo? –Cassandra mostró una sonrisa pícara-. ¿Era Filippo?
            -Nada que ver –negó Alice-. Es hijo de los propietarios de la finca más cercana. Mi familia y la suya se llevan bien desde hace ya muchos años. Hacía tiempo que no nos veíamos y quería ponerse al día antes de la fiesta, ya sabes, ese día va a ser una verdadera locura, no habrá mucho tiempo para charlar.
            -Cierto –concordó pensativamente.
            Alice sonrió dulcemente y se recostó en la cama.
            -Por cierto –dijo Cassandra de repente-. Sé que estás… ¿castigada? Suena raro decir eso de una chica a punto de cumplir 22 años, pero bueno –rio-. Es tu cumpleaños y no tengo nada que regalarte. Decía en serio lo de un día de compras pagado por mí, hablaré con tu madre, y puede que así mañana podamos ir a comprar unas horas después de comer. Al fin y al cabo, no sé qué debería ponerme para tu fiesta de cumpleaños y me gustaría comprarme algo. ¿Te parece bien?
            Alice se echó a reír y rodeó a Cassandra con los brazos.
            -¿Dónde has estado todos estos años? Eres la hermana que siempre quise tener.
            Cassanda sonrió en respuesta.
            -De aquí para allá –bromeó-. Yo también te aprecio. Adoro a mi hermana pequeña, pero no se pueden hablar ciertas cosas con crías de trece años.
            -¿Hermana? ¿Tú no tenías dos hermanos? –preguntó Alice confusa.
            -Por parte de madre –aclaró-. Dafne es hija de mi padre y su actual mujer.
            -Oh, ¿tus padres están separados? –Cassandra asintió-. Lo siento.
            -No lo hagas, era lo mejor para todos –dijo simplemente.
            Un extraño y ligeramente incómodo silencio se hizo con la habitación.
            -¿Sabes? En realidad tengo otro hermano –dijo Alice cambiando de tema.
            -¿Qué? –Cassandra la miró sorprendida.
            -Sí, es hijo de mamá. Se quedó embarazada muy joven y su novio huyó. Siempre dice que papá llegó como su ángel de la guarda. Trabajaba como camarera cuando se conocieron.
            -Debió de pasarlo mal –contestó pensativa y con un nuevo sentimiento de compasión hacia Apprile-. ¿Y por qué no está por aquí tu otro hermano?
            -Nunca está en casa. En realidad ni Domenico ni yo nos llevamos bien con él. No es porque no sea completamente hermano nuestro –se apresuró a explicar-. Es solo que no aguanto su personalidad. Solo espero que no venga a la fiesta pasado mañana.
            Después de eso Cassandra ya no sabía cómo desviar la conversación hacia caminos más irrelevantes, así que pasado un rato se levantó con la intención de volver a su habitación a dormir algunas horas.
            -¿Dónde vas? –Alice la miró con el ceño fruncido, un gesto que quedaba muy gracioso en ella.
            -Es muy tarde, Alice. En un par de horas amanecerá y tú ni siquiera has echado una cabezada.
            -Podrías dormir conmigo está noche –había cierta súplica en sus bonitos ojos verdes-. De todos modos ya estabas durmiendo aquí antes. Quédate.
            -Está bien, como quieras –le concedió.
            Se deslizó bajo las sábanas al lado de Alice y le dedicó una sonrisa. Alice presionó el interruptor de la luz, dejando la habitación a oscuras, y después se acurrucó junto a Cassandra, suspirando por el cansancio. Habían pasado ya varios minutos, y ambas estaban a punto de caer en un profundo sueño cuando Alice murmuró algo en un tono muy bajo y con voz adormilada.
            -Mañana me contarás eso que querías hablar conmigo.
            Cassandra murmuró un inconsciente asentimiento y no muchos minutos después ambas tenían los párpados fuertemente cerrados y el sueño se había apoderado de ellas.


Capítulo 13

            A las ocho de la mañana Domenico se levantó rebosante de energía. Aquella noche había descansado más que en los últimos días juntos. Se duchó, se vistió con unos vaqueros oscuros y una camisa azul por fuera del pantalón y se dirigió a la habitación de su hermana con intención de sacarla un poco de quicio como cuando eran pequeños. Abrió la puerta sigilosamente y se adentró despacio en la habitación, que estaba a oscuras.
            -Ali, ali, hora de despertar de tu país de las maravillas –esa era la burla que siempre entonaba de pequeño para despertarla.
            Se acercó a la cama y se sentó en un lado, palpando lentamente las sábanas hasta dar con el abdomen de su hermana, donde comenzó a hacer cosquillas a la par que gritaba.
            -Vamos, Alice, hay que bajar a desayunar –continuó con las cosquillas mientras ella se revolvía.
            Fue unos segundos después cuando la víctima de las cosquillas se incorporó en la cama con gesto de enfado en su cara somnolienta.
            -¿Qué diablos? ¿Domenico?
            Él se quedó en el sitio cuando se dio cuenta que la voz no era la de su hermana.
            -¿Mimmo? –sí, aquella era Alice, en la otra punta de la cama-. ¿Se puede saber qué estás haciendo?
            Cuando Alice presionó el interruptor de la luz y vio la escena a su lado se echó a reír.
            -Oh, dios mío. ¡Pretendías despertarme como cuando éramos niños! ¡Con cosquillas! –no paraba de reír entre frase y frase-. Podías haber comprobado que era yo antes de atacar así a la pobre Cassandra.
            Domenico dio un par de pasos atrás lejos de la cama y no pudo evitar reír a la par que su hermana.
            -Perdón, Cassandra, lo siento de verdad. Creía que te habrías ido a tu habitación después del susto de anoche, no esperaba que fueras tú –junto las manos a la altura del cuello intentando disculparse, pero aún entonces riéndose.
            -No pasa nada –le disculpó ella algo seria por la sorpresa, pero aun así divertida por verse en una situación tan tonta como aquella-. Será mejor que me duche y me vista. Os veo en el desayuno.
            Salió de la habitación rápidamente, tras despedirse de Alice con una pequeña sonrisa y un movimiento de mano. Ella continuaba riendo, aunque ya más calmada.
            -¿Cosquillas, Mimmo?
            -Olvídalo, Ali. Ve a vestirte, te espero en el salón –se volvió hacia la puerta, pero ella le rodeó el cuello con los brazos.
            -No te preocupes, estoy segura de que no se ha cabreado –depositó un beso en su mejilla-. ¡Oh! Esta tarde vamos a comprar en la ciudad, Cassandra quiere comprarse algo para la fiesta. No intentes convencer a mamá de que no me deje, o lo pagarás caro.
            Domenico se dio la vuelta y la miró divertido.
            -¿Lo pagaré caro? –se burló.
            -Mimmo, se bueno por una vez. Y ahora sal de mi cuarto –lo empujó hacia la puerta y cerró una vez estuvo fuera.
            Domenico rio. Sería bueno, sí, pero más por su beneficio propio que por el de su hermana. Conociendo a Alice, obligaría a Cassandra a comprarse el vestido más despampanante de todo el centro comercial, y esa era una visión que no querría perderse por nada del mundo.
Bajó al salón, donde encontró a su padre leyendo el periódico con un café en la mano y su abuelo viendo la televisión mientras tomaba un zumo.
            -Buenos días –saludó alegremente-. ¿Algo interesante, abuelo?
            -Bah –espetó él presionando el botón de apagar-. Uno no puede entretenerse con nada un jueves por la mañana.
            -Te he dicho que cogieras un periódico en vez de cambiar de canal continuamente, papá –dijo Ettore riendo.
            Giacomo se levantó y se acercó a su nieto.
            -Vamos a ver si las damas han preparado el desayuno, estoy famélico.
            Cruzaron el salón en dirección a la cocina, de dónde provenía un delicioso aroma a bollos recién horneados. Siempre había adorado a su madre por prescindir de servicio en la cocina y encargarse ella misma de las comidas, y cuando su abuela iba a visitarlos la cocina se volvía un lugar repleto de los más exquisitos aromas.
La voz de las mujeres charlando llegó a ellos cuando se acercaron a la puerta de la cocina.
            -¿…te parece encantadora? –decía Apprile.
            -Por supuesto, y además es toda una belleza –respondió Carola mientras sacaba una bandeja de pastas del horno-. Estoy segura de que muchas matarían por tener esos ojos azules y ese cabello como el fu…
            -Dejen de cotillear, queridas. Las mujeres siempre habéis tenido la lengua muy suelta –interrumpió Giacomo riéndose.
            -¿En busca de comida, querido? –preguntó Carola sonriente.
            -Mi nieto y yo mataríamos por un poco de eso que acabas de sacar del horno, ¿verdad Domenico?
            Él pasó la miraba de su madre a su abuela un par de veces y finalmente asintió.
            -Por supuesto.
            -Pues llevad eso al jardín mientras terminamos –Apprile señaló un par de bandejas con jarras y platos con bollos cubiertos de chocolate.
            -En seguida –respondieron los dos hombres a la vez.
            -Ah, cariño, ¿sabes si están despiertas las chicas?
            Domenico miró a su sonriente madre, sosteniendo una bandeja con varias jarras de leche, zumo y café.
            -Despiertas y vistiéndose. No creo que tarden mucho.
            -Menos que eso, hermanito –dijo Alice desde la puerta, con el pelo aún mojado recogido en un moño alto-. Toda la casa huele a bollos y chocolate, necesito comer ya, antes de morirme de hambre.
            -Ve al jardín. Y –Apprile la retuvo antes de que saliera-, coge el plato de pastas.
            -Claro, mamá –depositó un besó en su mejilla y salió afuera con el plato en la mano.
            -Y tú, llevas media hora ahí parado con la bandeja en la mano, ¡ve! –apresuró a Domenico sonriente.
            Solo quedaban, de nuevo, las dos mujeres en la cocina, y se movían alegres, sacando platos y vasos de los armarios y colocando las últimas galletas salidas del horno en bandejas.
            -Buenos días –Cassandra entró a la cocina sonriendo, sacudiendo con una mano sus rizos rojizos aún húmedos.
            -Buenos días, dulzura –Apprile sonrió con cariño.
            -Oh, estás preciosa –exclamó Carola-. Bonito vestido.
            Cassandra sonrió agradecida, al tiempo que se alisaba la falda del vestido color salmón.
            -¡Cassandra! –Alice entró en la cocina con su usual alegría-. Me encanta ese vestido. Vamos afuera, o mi abuelo empezará a atacar los bollos glaseados sin ninguna consideración.
            Soltó una alegre carcajada y arrastró a Cassandra con ella al jardín.

…………………………………………………………………..

            -Oh, dios mío –exclamó Alice cuando Cassandra y ella se alejaron de los demás dando un paseo por el jardín después del desayuno.
            -¿Ahora qué ocurre?
            -¿Qué ocurre? –repitió sarcásticamente-. Tienes que contarme qué ocurrió ayer por la noche, antes de que fueras a buscarme a mi cuarto.
            -¿Qué? –Cassandra tenía una mezcla de confusión y ganas de olvidar la noche anterior.
            -Oh, vamos, algo pasó ayer, sino no te habría encontrado durmiendo en mi habitación a las cuatro de la mañana. Y la forma en la que te mira mi hermano…
            -No me mira de ninguna forma, Alice –rodó los ojos con cierto toque de exasperación.
            -Por supuesto que lo hace, solo que tú estabas demasiado ocupada evitando mirarle como para darte cuenta –insistió con un tono de voz algo más alto.
            -Yo no…
            -Deja de intentar negarme cosas que sabes que son ciertas y empieza a hablar ahora mismo.
            -Alice…
            -Como quieras, tendré que adivinarlo, no creo que sea muy difícil –sonrió orgullosa.
            Cassandra continuó andando. Sabía que Alice siempre acababa averiguando todo, era de esa clase de personas con tino para las intuiciones, pero no estaba de más aplazarlo un tiempo y forzarla a pensar las distintas opciones.
            -¿Alguno de los dos declaró estar profundamente enamorado del otro? –probó.
            -¡Alice! Como si eso fuera a ocurrir –exclamó alterada.
            -Cierto, sois demasiado orgullosos –declaró más para sí misma-. No puede ser que os pelearais, Mimmo estaba alegre al levantarse, así que eso solo me deja una opción.
            Cassandra se dio la vuelta y miró a la emocionada Alice.
            -¡Te besó! –gritó entusiasmada-. No trates de negarlo, tus ojos son fáciles de leer y no mienten.
            -Alice, deja de gritar, antes de que hasta tu amigo Giulio se entere –trató desviar el tema de una manera u otra.
            -Ni lo intentes –la descubrió Alice-. Todo lo que había que decir sobre él te lo dije ayer. Ahora centrémonos. ¿Fue solo un beso? –preguntó seriamente.
            -¿Cómo que si…? –la mirada pícara de Alice le hizo entender-. ¡Claro que fue solo un beso!
            -Está bien, tranquila, solo era una pregunta.
            Miró a Cassandra pensativamente y sonrió.
            -Entonces solo un beso, ¿qué tipo de beso? –siguió preguntando con interés.
            -No pienso responder a eso, ya sabes más de lo que deberías –ya no sabía cómo detener la curiosidad de Alice.
            -Aguafiestas –murmuró-. ¿Y para qué querías hablas conmigo si no me ibas a contar todo?
            -Por la noche siempre estoy demasiado cansada como para razonar, ¡ni siquiera pensé lo que iba a decirte!
            -De acuerdo, no presionarte, lo entiendo –la abrazó unos instantes y sonrió-. Siento emocionarme a veces, pero es que… no tienes ni idea de lo genial que sería ver a mi hermano sentando cabeza. No es ningún ligón, incluso eso sería mejor que su inexistente vida amorosa, y parece que el trabajo le absorbe por completo a veces.
            -Trata de meterte en el mundo de las finanzas y la economía, entonces entenderás por qué los que nos dedicamos a ello carecemos de vida social –rio.
            -Si la abogacía es así, creo que acabaré muriendo –exageró llevándose una mano a la frente-. Por cierto, papá ha hablado con unos de sus mejores amigos, que es socio importante de un bufete de abogados. En noviembre empiezo a trabajar.
            -¡Eso es genial! Estoy convencida de que serás la mejor.
            Alice sonrió, y continuaron caminando en silencio, rodeando la casa hasta llegar al jardín delantero, donde vieron acercarse a una furgoneta blanca.
            -¿La señorita Di Gennaro? –dijo el conductor cuando bajó.
            -Soy yo –contestó Alice adelantándose-. ¿Traen las flores?
            -No, señorita, venimos a instalar los equipos de sonido.
            -Cierto –meditó pensativa-. Le acompañaré en un segundo.
            Se dio la vuelta y volvió junto a Cassandra.
            -Tengo que indicarle donde tienen que colocar las cosas –le dio un rápido abrazo y sonrió-. ¿Está bien si te dejo sola un rato?
            -Claro, ve a ocuparte de tu fiesta –sonrió.
            Alice comenzó a andar hacia la puerta principal cuando un pensamiento le cruzó por la cabeza. Se giró rápidamente y miró a Cassandra con ojos suplicantes.
            -¿Puedo pedirte un favor?
            -Por supuesto, dime.
            -Las flores deberían haber llegado a primera hora de la mañana, he llamado un par de veces pero no me han cogido el teléfono y no sé nada de ellas, ¿te importaría acercarte al invernadero a preguntar? –los nervios afloraron repentinamente en Alice.
            -Solo dime dónde tengo que ir.
            -Bajando la calle desde nuestra entrada, giras la tercera a la izquierda y sigues hasta el final de la calle. Es un invernadero enorme, lo reconocerás. Muchísimas gracias, Cassandra, me salvas la vida –sonrió radiantemente-. ¡Ah! Tú conduces, ¿verdad? Llévate mi coche, a esta hora el garaje está abierto, las llaves están en un cajetín a la derecha, las primeras de la última fila.
            -Está bien, nos vemos en un rato.
            Giró sobre sí misma y fue caminando hacia el enorme garaje de la familia Di Gennaro. Una vez entró y cogió las llaves, presionó el mando para averiguar cuál, de entre la media docena de deslumbrantes coches que allí había, era el coche de Alice. El precioso coche que se iluminó era un Maserati Ghibli, último modelo, de un intenso color rojo que refulgía incluso en la tenue luz del garaje.
            -Guau –exclamó lentamente.
            No se imaginaba a ella misma manejando una máquina así, la potencia debía de ser espectacular, pero en el fondo se moría de ganas por deslizarse por las calles con él. Montó en el asiento del conductor, abrió con otro pequeño mando la puerta del garaje y pisó el acelerador, sintiendo una fantástica sensación de adrenalina corriendo por sus venas.

…………………………………………………………………..

            Domenico nunca había sido un hombre paciente, defecto que el mismo admitía abiertamente, y tampoco era un hombre tranquilo. Claro, sabía disfrutar de un día de paz cuando el trabajo le agobiaba, pero era incapaz de permanecer más de un día sin tener algo que hacer. Se llamó tonto a sí mismo cuando se dio cuenta del motivo por el que visitaba poco a sus padres, llevaba tan solo un par de días allí y ya echaba en falta el ir y venir del trabajo. Recordaba haber recomendado a Cassandra olvidarse del estrés y disfrutar de unas buenas vacaciones, cosa que parecía haber conseguido a la perfección, pero él mismo era incapaz de seguir su propio consejo.
Pensaba todo esto mientras estaba sentado en el salón, pasando los canales de la televisión sin ninguna cosa que ver en realidad y preguntándose dónde estarían Alice y Cassandra. Giacomo y Ettore habían salido después de desayunar, seguramente estarían en el club que había no muy lejos de su casa, tomando algo y charlando con los amigos de su padre antes de volver a casa para recogerlos e ir a la ciudad a comer. Por su parte, Apprile y Carola habían decidido visitar a sus vecinos más cercanos, los Cacciatore, y tardarían al menos una hora más en regresar.
Suspiró y apagó la televisión. Se llevó a los labios el vaso, ya casi vacío de cerveza, que tenía delante y lo vació de un trago, para a continuación tumbarse cómodamente en el sofá y cerrar los ojos solo unos instantes –como se dijo a sí mismo.
Cuando casi una hora más tarde su hermana le despertó con un poco compasivo grito, se incorporó rápidamente y encontró a gran parte de su familia mirándolo con sonrisa burlona.
            -¿Qué? ¿Nunca habéis visto a nadie durmiendo? –preguntó él malhumorado.
            Después de eso solo tardó unos minutos en subir a la habitación a echarse agua fría en la cara y cambiarse de camisa, puesto que la que llevaba se había arrugado considerablemente durante su pequeña siesta. Cuando bajó por las escaleras parecía otra persona, y diez minutos después ya estaba conduciendo su coche, un precioso Lamborghini descapotable negro que había comprado no muchos años atrás y tenía siempre en casa de sus padres, acompañado de su padre y su abuelo. Justo detrás de ellos refulgía el coche de Alice, donde iban las cuatro mujeres, hablando entretenidamente.
La escasa media hora hasta la ciudad se pasó rápidamente, y a la hora de comer todos estaban ya sentados cómodamente en uno de los mejores restaurantes Siena, charlando y riendo de una manera que a Cassandra se le atojo maravillosa. El amor en aquella familia era palpable, y la conversación nunca faltaba, siendo siempre fácil y fluida.
            -Querida familia –dijo Alice levantándose cuando terminó su trozo de tarta de tiramisú-, a Cassandra y a mí nos espera una intensa tarde de compras. Así que nos vemos esta noche.
            Cassandra sonrió y apuró el último trozo de su pastel de Ricota.
            -Hija, acabamos de comer, tómate un tiempo para reposar el estómago. Tenéis mucha tarde por delante –Apprile miraba con compasión a Cassandra.
            -Por favor, mamá. Sabes que no podrás retenerme más de cinco minutos. Déjanos marcharnos ahora y te ahorrarás oírme rogar durante ese tiempo –Alice hizo un puchero.
            Su madre la miró unos instantes, frunciendo el ceño, pero no tardó mucho en suspirar y rendirse.
            -Está bien, como quieras. ¡Ve!
            Alice la abrazó efusivamente, y Cassandra se puso en pie con intención de seguirla, riéndose interiormente por la actitud tan jovial -¿o más bien infantil?- de la que hacía gala su nueva amiga.
            -Antes voy al baño –susurró mientras se dirigían hacia la salida.
            -Está bien, te espero en recepción.
            Cassandra entró rápidamente en el baño, y un par de minutos después salió por la elegante puerta, dándose de bruces nada más dar un par de pasos con un cuerpo que ya conocía bien. Domenico la sujetó por los hombros y no la alejó de sí.
            -Qué casualidad más deliciosa –casi ronroneó en su oído.
            Durante unos segundos ella no dijo nada, esperó a que el rubor que le había asaltado de improviso las mejillas desapareciera y se irguió, mirándole directamente a los ojos.
            -Curiosa casualidad, diría yo –contestó recuperando su característico genio-. Cualquiera diría que…
            Él desde luego no estaba interesado en las siguientes palabras que iban a salir de sus labios, por lo que decidió ocuparlos en algo que le satisfaría mucho más.
Tradó apenas unos instantes en romper el beso, y se apartó decididamente, tomando la dirección para volver a la mesa junto a su familia.
            -Hasta esta noche, Cassandra –se despidió antes de desaparecer de su vista.

            Dentro de ella se debatían varios sentimientos, desde la más horrenda de las furias, hasta el más exquisito de los deleites. Mientras regeresaba junto a una impaciente Alice su mente no dejaba de cavilar, pensando que algún día tendría que matarlo por hacerla sentirse así. Si no moría ella antes, claro.