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domingo, 31 de octubre de 2010

Flashes otoñales

Llevo en la mano la cámara vieja de mi padre. Sí, sí, esa tan vieja que muchos llamarían “viejo y enorme armatoste”. Pues ¿sabéis qué? ¡A mí me gusta! Me gusta su enorme objetivo, el parecer una fotógrafa cuando la llevo a cuestas. Sí, a cuestas, es muy grande. Y me gusta que sea grande, que tenga un montón de botones de los que la mitad no sé para qué sirven y me gusta descubrir cómo activar el flash, y cómo volver a quitarlo. Me gusta ese “viejo armatoste” en general. Y nadie me convencerá de lo contrario.

Hoy voy a salir al parque, llevo mis pantalones de la alegría, como solía llamarlos. Aquellos tan anchos de color amarillo chillón que casi resplandecen en los soleados días de verano. Y, aunque estamos en pleno otoño, hoy mi estado de ánimo es “pantalón amarillo chillón”. Sí, suena tonto, lo sé, pero me siento exactamente así. Coloridos, alegres, llamativos… así son mis pantalones, son… ¡como el sol! ¡Qué digo! Son MI propio SOL.

En el parque la gente camina deprisa, con pesadez, con la cabeza gacha. ¿Estarán concentrados en observar el mucho o poco brillo de sus zapatos? Pisan la gran alfombra de tonos cálidos que forman las hojas caídas. La típica escena de película melancólica. Yo, desbordante de alegría, creo que no encajo en la escena. Camino de un lado a otro, cámara en mano, y fotografío todos los instantes que creo importantes.

¡Flash! Esa ardilla castaña acaba de pasar a mi historia sin saberlo. ¡Flash! ¡Ups! Creo que ese señor se ha molestado. ¡Flash! Esa vista del parque era demasiado especial como para dejarla escapar. ¡Flash! Yo, con mi pelo corto y cobrizo cubierto casi por completo por un gorro negro, para calentar las orejas. Y mil y un flashes van acercándose hacia el anochecer.

Sonrío. Creo que son bastantes fotografías por un día. Un manto oscuro va atrapando a los, ahora desnudos, árboles del parque. Espero que en casa me reciba una taza de chocolate caliente y una cálida sonrisa que me arrope en el sillón mientras repaso mentalmente las tantas fotografías tomadas hoy y las recuerdo en blanco y negro en mi cabeza, porque así me parecen más bonitas.

Encantos de mujer

-Jack, no te vayas, podrías quedarte un rato más –dijo Amanda con su pícara y juguetona voz mientras su sonrisa se escondía entre las sábanas.

-Ojalá pudiera quedarme, de verdad. Pero no puedo. El deber me llama –contestó él haciendo una mala imitación de película.

Su risa se levanto en el aire como un agradable susurro de viento fresco. Ella respondió con otra contagiosa y dulce risa y lo atrajo hacia sí, quedando sus labios a escasos centímetros. Él la miraba fijamente con sus ojos azules y profundos, y poco a poco acortó la distancia hasta llegar a besarla tiernamente en sus finos y suaves labios del sabor del melocotón, enredando sus manos en su largo cabello liso y claro.

-Te amo –susurró ella con falsa inocencia entre sus labios.

La mirada de Jack se perdió en el gris de los ojos de Amanda, como un día nublado y el resplandor de las perlas grisáceas. La escena pareció detenerse durante unos bellos instantes de calidez, y los labios de ambos seguían unidos moviéndose como las hojas de otoño arrastradas por el viento.

-¡Me rindo! –exclamó él repentinamente al tiempo que se dejaba caer sobre la cama y escapaba de sus labios un bufido de resignación.

Ella lo enredó en las blancas sábanas, mientras lo besaba tiernamente, y juntos retomaron aquello que habían creído dar por finalizado algunas horas antes.

Amanda sonrió satisfecha mientras escrutaba los bajos de las sábanas con su grisácea mirada.

“Lo he conseguido” pensó con orgullo para sí misma. Aunque instantes después se dio cuenta de que no tenía tanta importancia. Lo cierto, es que ella siempre lo conseguía.


martes, 26 de octubre de 2010

Ahogaba el amor en botellas vacías

-Bonita noche –comentó el señor del sombrero negro mientras descargaba su peso en la larga y negra barandilla de aquel olvidado pontezuelo, junto al desgarbado joven de la botella y la mirada perdida.

-Sí, podría decirse que lo es –respondió el otro con gran pesar en su voz.

-¿Mal día? –la curiosidad del tipo del sombrero lo empujó a preguntar.

-Mala vida –comentó sencillamente el otro sin ningún reparo, a pesar de no conocer de nada a aquel curioso.

-Mmm… lo lamento –trató de sonar sincero.

-No lo hagas, no sientas lástima por mí –contestó el joven aún sin haberse girado siquiera a ver el rostro de su curioso interlocutor.

Ambos callaron. El silencio era tal que podía oírse el susurro del escaso viento que aquella noche poco agitaba las copas de los árboles, que también parecían acompañar la melancolía del joven con su leve movimiento y las contadas hojas que quedaban en sus ramas.

-Es mejor así –dijo de repente el joven, más para sí que para su acompañante.

-¿Decía?

-Que es mejor así –repitió el joven.

-¿Así cómo? –insistió el hombre del sombrero sin comprender.

-Dejando todo, es más sencillo.

-¿Amor? –tanteó el hombre del sombrero sin todavía entender la melancolía del joven, ni el motivo de su desdicha.

El joven asintió penosamente, a la par que sacaba del bolsillo un cigarro.

-¿Problemas?

-Algo así.

-¿No es correspondido? –el hombre del sombrero insistía en conocer el motivo de la pena del chico.

-No…quiero decir…sí que lo soy.

-¿Y dónde está el problema? –el hombre del sombrero parecía desconcertado.

-Es demasiado difícil de explicar –a continuación giró, echó un rápido vistazo a su interlocutor y se alejo sin un simple “adiós” con las manos en los bolsillos del pantalón.

-¡Espere! –exclamó el hombre del sombrero-. ¿Cuál es su nombre?

-Daniel –susurró él sin fuerzas, sin tan siquiera esperar que el viento llevase las palabras hasta aquel extraño y curioso señor del sombrero negro, tras dar un largo trago a la botella que sostenía en la mano izquierda.

Daniel se alejó del maloliente lugar a las puertas de aquel pub de mala muerte que guardaba a las almas más melancólicas y olvidadas de toda la ciudad. Se alejó caminando sobre trozos de botellas de vidrio tiradas por desdichados como él, que sorbo tras sorbo se dejaban la conciencia y la felicidad. Dio un largo trago a su ya casi vacía botella de whisky y apuró las últimas gotas, desapareciendo en la oscuridad mientras un único pensamiento cruzaba su mente. Luego, como gran final de la noche, terminó ahogando su amor en aquella botella vacía de whisky pasado.

domingo, 24 de octubre de 2010

Violeta


El paisaje. Aquel paisaje primaveral que me llevaba a recordar cuál era el motivo de aquello. Quería volver a sentir. Algo que durante meses, o quizá fueran años, no sé, no fui capaz de intentar. Me mantuve en una burbuja opaca, grisácea y de materia fría y áspera, que no dejaba paso a los sentidos. En nada se parecía al tacto suave y cálido que desprendió una vez aquel cuyos besos se quedaron muertos en mis labios, aquel que se llevó los míos bajo el manto de flores que tantas veces nos sirvieron de sábana primaveral en la infancia, de refugio de ensueño que daba rienda suelta a la imaginación de nuestra loca adolescencia y de lecho que daba cobijo a la pasión de nuestra madurez.

Se marchitaron por su ausencia, murieron de pena ante mi sufrimiento aquellas flores que un día tuvieron en sus hojas más de mil colores. Aquellas que marcharon con él y añadieron un motivo a mi desdicha.

¿Alguna vez llegó a pensar que podrían marchitar? ¿Acaso alguna vez lo hizo? Pues yo no. Ellas nos vieron crecer, reír y llorar; jugar saltar y cantar; confiar y perdonar y, sobretodo, amarnos.

Se alimentaban de nuestra alegría y supieron transformar las lágrimas en sustento para provocar una sonrisa en nuestros rostros con sus vívidos colores.

Y tras desaparecer ellas… ¿qué? no quedó nada más allí. Nada para mí.

¿Y ahora? Ahora regreso a rememorar los tiernos momentos, las caricias, a camuflar unos instantes mi melancolía y buscar algo de él en las nubes.

Y vagando por los recuerdos un sendero de lágrimas secas me lleva a un lugar conocido, pero tiempo atrás olvidado. Y con esa desconocida facilidad, encuentro, tras mucho tiempo un solo motivo para arrancar una sonrisa a mis muertos labios. Y recuerdo aquella frase tan especial que siempre me susurraba al oído: “Por cada una de tus lágrimas derramadas aquí –y señalaba el manto de flores con el índice mientras rodeaba mis hombros con el otro brazo- nace una flor violeta para templar tu amargura, una flor violeta como el color de tus ojos.” Y entonces sonrío, y entre tanto campo marchito crece una diminuta flor violeta, sí, como mis ojos, que funde mi corazón con la tierra, y me acerca un poco más a él durante unos cálidos instantes.

Estreno blog.

Hola a todos.
Este blog, suspiros de sabores, lo he creado para ir subiendo relatos cortos que escribo y cositas por el estilo. Me costo mucho decidirme a abrir el blog y después de mucho pensarlo, aquí está.
Admito opiniones para poder mejorar y ajustar mis relatos un poco al gusto de todos, es más, quiero opiniones y críticas constructivas. Cosas que podría hacer para mejorar el blog, para mejorar los relatos o para mejorar en general.
Muchas gracias por pasaros por aquí.
¡Un beso!