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domingo, 31 de octubre de 2010

Encantos de mujer

-Jack, no te vayas, podrías quedarte un rato más –dijo Amanda con su pícara y juguetona voz mientras su sonrisa se escondía entre las sábanas.

-Ojalá pudiera quedarme, de verdad. Pero no puedo. El deber me llama –contestó él haciendo una mala imitación de película.

Su risa se levanto en el aire como un agradable susurro de viento fresco. Ella respondió con otra contagiosa y dulce risa y lo atrajo hacia sí, quedando sus labios a escasos centímetros. Él la miraba fijamente con sus ojos azules y profundos, y poco a poco acortó la distancia hasta llegar a besarla tiernamente en sus finos y suaves labios del sabor del melocotón, enredando sus manos en su largo cabello liso y claro.

-Te amo –susurró ella con falsa inocencia entre sus labios.

La mirada de Jack se perdió en el gris de los ojos de Amanda, como un día nublado y el resplandor de las perlas grisáceas. La escena pareció detenerse durante unos bellos instantes de calidez, y los labios de ambos seguían unidos moviéndose como las hojas de otoño arrastradas por el viento.

-¡Me rindo! –exclamó él repentinamente al tiempo que se dejaba caer sobre la cama y escapaba de sus labios un bufido de resignación.

Ella lo enredó en las blancas sábanas, mientras lo besaba tiernamente, y juntos retomaron aquello que habían creído dar por finalizado algunas horas antes.

Amanda sonrió satisfecha mientras escrutaba los bajos de las sábanas con su grisácea mirada.

“Lo he conseguido” pensó con orgullo para sí misma. Aunque instantes después se dio cuenta de que no tenía tanta importancia. Lo cierto, es que ella siempre lo conseguía.


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