Seguidores

domingo, 24 de octubre de 2010

Violeta


El paisaje. Aquel paisaje primaveral que me llevaba a recordar cuál era el motivo de aquello. Quería volver a sentir. Algo que durante meses, o quizá fueran años, no sé, no fui capaz de intentar. Me mantuve en una burbuja opaca, grisácea y de materia fría y áspera, que no dejaba paso a los sentidos. En nada se parecía al tacto suave y cálido que desprendió una vez aquel cuyos besos se quedaron muertos en mis labios, aquel que se llevó los míos bajo el manto de flores que tantas veces nos sirvieron de sábana primaveral en la infancia, de refugio de ensueño que daba rienda suelta a la imaginación de nuestra loca adolescencia y de lecho que daba cobijo a la pasión de nuestra madurez.

Se marchitaron por su ausencia, murieron de pena ante mi sufrimiento aquellas flores que un día tuvieron en sus hojas más de mil colores. Aquellas que marcharon con él y añadieron un motivo a mi desdicha.

¿Alguna vez llegó a pensar que podrían marchitar? ¿Acaso alguna vez lo hizo? Pues yo no. Ellas nos vieron crecer, reír y llorar; jugar saltar y cantar; confiar y perdonar y, sobretodo, amarnos.

Se alimentaban de nuestra alegría y supieron transformar las lágrimas en sustento para provocar una sonrisa en nuestros rostros con sus vívidos colores.

Y tras desaparecer ellas… ¿qué? no quedó nada más allí. Nada para mí.

¿Y ahora? Ahora regreso a rememorar los tiernos momentos, las caricias, a camuflar unos instantes mi melancolía y buscar algo de él en las nubes.

Y vagando por los recuerdos un sendero de lágrimas secas me lleva a un lugar conocido, pero tiempo atrás olvidado. Y con esa desconocida facilidad, encuentro, tras mucho tiempo un solo motivo para arrancar una sonrisa a mis muertos labios. Y recuerdo aquella frase tan especial que siempre me susurraba al oído: “Por cada una de tus lágrimas derramadas aquí –y señalaba el manto de flores con el índice mientras rodeaba mis hombros con el otro brazo- nace una flor violeta para templar tu amargura, una flor violeta como el color de tus ojos.” Y entonces sonrío, y entre tanto campo marchito crece una diminuta flor violeta, sí, como mis ojos, que funde mi corazón con la tierra, y me acerca un poco más a él durante unos cálidos instantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario