POR
CONVENIENCIA
-Es
lo que hay que hacer, Julius, y se hará –Edith hablaba, al igual que siempre,
altiva y titubear.
-No
puedes obligarla a hacer algo así, Edith. Sabes que Selina jamás lo aceptará –Julius
por su parte hablaba con tono derrotado, abatido por tratar con su mujer.
Mientras
la conversación transcurría y las miradas cargadas de tensión y hastío volaban
por la habitación, Selina escuchaba la conversación tras la puerta, temerosa de
saber qué era aquello que su madre tenía planeado para ella y que sabría que no
le agradaría. Recorrió el pasillo rápidamente cuando notó el silencio
extenderse unos instantes en el despacho de su padre y se aseguró de que nadie
había por allí cerca. Tras esto volvió junto a la puerta y captó de nuevo la
voz de su padre.
-No
puedes pretender casar a nuestra hija con ese hombre –Julius trataba hacer
entrar en razón a su esposa.
-¡Siempre
has sido un blando! La vida son negocios, Julius. Estamos arruinados, ¡lo sé!,
por mucho que hayas tratado de escondérmelo, y necesitamos el dinero de Lord
Gladstone antes de hundirnos en la miseria.
-Así
que vendes a tu hija al mejor postor por conservar ese absurdo y ostentoso
nivel de vida que lleváis Samantha y tú, ¿no es así? –le reprochó con rabia.
-No
puedes reprocharme el nivel de vida que hemos llevado, jamás me dijiste que
teníamos problemas económicos –se exculpó Edith.
-¡Claro
que te lo reprocho! –gritó Julius sin poder contenerse-. Jamás he querido
gastar más de lo necesario en ropas, servicio y alimento. Mientras tanto
vosotras acudíais a esa modista parisina y gastabais en un vestido el dinero
que necesitaría una familia para comer durante varios meses.
-No
trates de culparme a mí de nuestros apuros económicos –gritó ella-. Las
gestiones de tierras y comercio no son de mi incumbencia.
-Cúlpame
a mí si quieres, asumo la culpa si es lo que deseas, pero sabes que has vivido
por encima de nuestras posibilidades, y no casarás a Selina para solucionar
algo que, desde luego, no es culpa suya –Julius le dio la espalda a su esposa y
se sentó en el amplio sillón de cuero que tenía frente a su escritorio-. No
hablaré más sobre esto, Edith –añadió al saber la intención de su mujer de
replicar.
-Ya
lo veremos –respondió ella histérica dirigiéndose hacia la puerta.
Selina
salió del estupor en el que se había sumido al escuchar la conversación de sus
padres y corrió a esconderse en la habitación más cercana: la biblioteca. Se
encogió en uno de los amplios sillones de tela color vino y un par de lágrimas
rodaron por sus mejillas, mientras un único sollozo pesaroso y profundo salió
de su garganta. Se abrazó a sí misma sobre el mullido sillón y se repitió una y
otra vez a sí misma que su padre no permitiría que ella tuviera el destino que
su madre quería imponerle. Se obligó a si misma a levantarse y caminar hacia la
puerta, estaría mucho mejor en su habitación, donde no pudieran molestarla.
Salió de la biblioteca y cerró la puerta con cuidado.
-¿Selina?
–la voz de su padre la sorprendió por la espalda.
Limpió
cualquier resto de lágrimas de su cara con un rápido movimiento y se giró
tratando de sonreír.
-Padre
–saludó ella con una forzada sonrisa dulce.
-¿Qué
ocurre, mi niña? –preguntó él escéptico, al ver los ojos ligeramente rojos de
su hija.
-Nada,
¿qué iba a ocurrir?
-Selina,
cariño, ven aquí –insistió él abriendo los brazos, a lo que su hija se acercó
con rapidez refugiándose en ellos.
-No
permitas que madre me case con un extraño, por favor no lo permitas –suplicó ella.
-Selina,
no deberías escuchar conversac… -pero se detuvo a sí mismo al ver el rostro
afligido de su hija-. Claro que no lo permitiré, mi pequeña –y la acercó aún
más contra su pecho.
Permanecieron
un par de minutos así, solos en el pasillo, Selina tratando de retener las
lágrimas y Julius acariciando el pelo de su hija.
-Tengo
una reunión, cielo. Volveré a casa en un par de horas –besó la coronilla de su
cabeza y se dio la vuelta con la intención de volver a recoger unos papeles a
su despacho, pero Selina lo retuvo de un brazo.
-Padre…
-titubeó-. ¿Es cierto que estamos arruinados?
Julius
tomó la cara de la joven entre sus brazos y suspiró.
-Las
cosas no van bien, cariño.
-Y
que Samantha y madre gasten una fortuna en vestidos no ayuda, por supuesto.
Él
no tuvo fuerzas para contradecir a su hija y se limitó a asentir.
-Pase
lo que pase, padre, el dinero es lo que menos me importa.
-Lo
sé, mi niña, lo sé –dijo Julius abatido.
Entró
en su despacho con pesadez y dejó a Selina, aun ligeramente temblorosa, andando
lentamente por el largo pasillo en dirección a las escaleras de la planta
superior para dejarse caer en la calidez de su cama y olvidar por un rato que
su madre pretendía venderla al mejor postor, como a cualquier animal, para
seguir costeándose sus caros vestidos y tocados. Pasara lo que pasara no
permitiría que su madre la utilizara para sus fines egoístas, y mucho menos que
la alejara de su amado Richard, porque eso acabaría de una vez por todas con su
vida.