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martes, 27 de noviembre de 2012

Historias de un caserón victoriano-6


POR CONVENIENCIA

                -Es lo que hay que hacer, Julius, y se hará –Edith hablaba, al igual que siempre, altiva y titubear.
                -No puedes obligarla a hacer algo así, Edith. Sabes que Selina jamás lo aceptará –Julius por su parte hablaba con tono derrotado, abatido por tratar con su mujer.
                Mientras la conversación transcurría y las miradas cargadas de tensión y hastío volaban por la habitación, Selina escuchaba la conversación tras la puerta, temerosa de saber qué era aquello que su madre tenía planeado para ella y que sabría que no le agradaría. Recorrió el pasillo rápidamente cuando notó el silencio extenderse unos instantes en el despacho de su padre y se aseguró de que nadie había por allí cerca. Tras esto volvió junto a la puerta y captó de nuevo la voz de su padre.
                -No puedes pretender casar a nuestra hija con ese hombre –Julius trataba hacer entrar en razón a su esposa.
                -¡Siempre has sido un blando! La vida son negocios, Julius. Estamos arruinados, ¡lo sé!, por mucho que hayas tratado de escondérmelo, y necesitamos el dinero de Lord Gladstone antes de hundirnos en la miseria.
                -Así que vendes a tu hija al mejor postor por conservar ese absurdo y ostentoso nivel de vida que lleváis Samantha y tú, ¿no es así? –le reprochó con rabia.
                -No puedes reprocharme el nivel de vida que hemos llevado, jamás me dijiste que teníamos problemas económicos –se exculpó Edith.
                -¡Claro que te lo reprocho! –gritó Julius sin poder contenerse-. Jamás he querido gastar más de lo necesario en ropas, servicio y alimento. Mientras tanto vosotras acudíais a esa modista parisina y gastabais en un vestido el dinero que necesitaría una familia para comer durante varios meses.
                -No trates de culparme a mí de nuestros apuros económicos –gritó ella-. Las gestiones de tierras y comercio no son de mi incumbencia.
                -Cúlpame a mí si quieres, asumo la culpa si es lo que deseas, pero sabes que has vivido por encima de nuestras posibilidades, y no casarás a Selina para solucionar algo que, desde luego, no es culpa suya –Julius le dio la espalda a su esposa y se sentó en el amplio sillón de cuero que tenía frente a su escritorio-. No hablaré más sobre esto, Edith –añadió al saber la intención de su mujer de replicar.
                -Ya lo veremos –respondió ella histérica dirigiéndose hacia la puerta.
                Selina salió del estupor en el que se había sumido al escuchar la conversación de sus padres y corrió a esconderse en la habitación más cercana: la biblioteca. Se encogió en uno de los amplios sillones de tela color vino y un par de lágrimas rodaron por sus mejillas, mientras un único sollozo pesaroso y profundo salió de su garganta. Se abrazó a sí misma sobre el mullido sillón y se repitió una y otra vez a sí misma que su padre no permitiría que ella tuviera el destino que su madre quería imponerle. Se obligó a si misma a levantarse y caminar hacia la puerta, estaría mucho mejor en su habitación, donde no pudieran molestarla. Salió de la biblioteca y cerró la puerta con cuidado.
                -¿Selina? –la voz de su padre la sorprendió por la espalda.
                Limpió cualquier resto de lágrimas de su cara con un rápido movimiento y se giró tratando de sonreír.
                -Padre –saludó ella con una forzada sonrisa dulce.
                -¿Qué ocurre, mi niña? –preguntó él escéptico, al ver los ojos ligeramente rojos de su hija.
                -Nada, ¿qué iba a ocurrir?
                -Selina, cariño, ven aquí –insistió él abriendo los brazos, a lo que su hija se acercó con rapidez refugiándose en ellos.
                -No permitas que madre me case con un extraño, por favor no lo permitas –suplicó ella.
                -Selina, no deberías escuchar conversac… -pero se detuvo a sí mismo al ver el rostro afligido de su hija-. Claro que no lo permitiré, mi pequeña –y la acercó aún más contra su pecho.
                Permanecieron un par de minutos así, solos en el pasillo, Selina tratando de retener las lágrimas y Julius acariciando el pelo de su hija.
                -Tengo una reunión, cielo. Volveré a casa en un par de horas –besó la coronilla de su cabeza y se dio la vuelta con la intención de volver a recoger unos papeles a su despacho, pero Selina lo retuvo de un brazo.
                -Padre… -titubeó-. ¿Es cierto que estamos arruinados?
                Julius tomó la cara de la joven entre sus brazos y suspiró.
                -Las cosas no van bien, cariño.
                -Y que Samantha y madre gasten una fortuna en vestidos no ayuda, por supuesto.
                Él no tuvo fuerzas para contradecir a su hija y se limitó a asentir.
                -Pase lo que pase, padre, el dinero es lo que menos me importa.
                -Lo sé, mi niña, lo sé –dijo Julius abatido.
                Entró en su despacho con pesadez y dejó a Selina, aun ligeramente temblorosa, andando lentamente por el largo pasillo en dirección a las escaleras de la planta superior para dejarse caer en la calidez de su cama y olvidar por un rato que su madre pretendía venderla al mejor postor, como a cualquier animal, para seguir costeándose sus caros vestidos y tocados. Pasara lo que pasara no permitiría que su madre la utilizara para sus fines egoístas, y mucho menos que la alejara de su amado Richard, porque eso acabaría de una vez por todas con su vida.

2 comentarios:

  1. Tu espacio sigue tan lindo como siempre... te mando un abrazo ainhoa :D

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  2. Increíble igual que el resto!
    Me ha gustado mucho.
    Un besoo :)

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