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viernes, 23 de septiembre de 2011

Almas corruptas

Buenas!!! A ver, lo primerísimo de todo siento que últimamente haga tan poco en el blog, pero acabo de empezar el curso y ando liadísima (solo con deciros que YA TENGO EXÁMENES creo que me entenderéis). Pero aún así... Tengo el próximo mini-relato de "Historias de un caserón victoriano". Sí, de verdad, aunque a mí también me parecía imposible que fuera a salirme de una vez. Me ha costado mucho sacarlo, ya que últimamente no ando muy inspirada, y puede que incluso os decepcione un poco (aunque espero que no =$)
Un beso a todos y aquí os lo dejo.


-¡Julius!
La histérica voz de una mujer rompe la pacífica calma que instantes atrás reinaba en la estancia.
-Querida, ¿a qué tanto alboroto? No me gusta que irrumpas así en mi despacho.
-Discúlpame, pero es importante -se excusa la mujer remarcando la última palabra y retocándose con altivez su extravagante recogido.

Julius muestra una mirada resignada y sigue a su esposa por los largos pasillos de su, casi laberíntica, casa. Edith solía ver dramas en cualquier minucia que importunara la rutina de su día a día, algo que Julius no soportaba. Llevaba con su esposa casi 18 años, los mismos que pronto cumpliría su hija mayor, su preciosa Selina. Tras el paso de los años, Julius fue perdiendo a su mujer, lo sabía, y no podía hacer nada para remediarlo. La avaricia y el ansia de poder le habían arrancado de entre sus brazos a una Edith alegre y jovial, el sol de un día nublado para Julius, y habían corrompido el alma de su mujer.
Muchas fueron las veces que Julius, exasperado por los caprichos y desmanes de su esposa, deseó montar en su hermoso pura sangre y galopar hasta el lugar más recóndito de la tierra, lejos de aquella casa dominada por la codicia. Lo único que impedía su huida era el amor por sus hijos, en especial por Selina, que conservaba el mismo corazón puro que poseía Edith en su juventud. Samantha, su otra hija, era demasiado parecida a su madre: a sus 14 años el poder y el dinero se encontraban en lo más alto de su escala de prioridades. Y el pequeño William... era una luz que poco a poco brillaba algo menos, su alegría y vitalidad se atenuaban con cada soplo de aire fresco y nadie era capaz de predecir cuando se apagaría por completo.

Julius aún recordaba el día en que conoció a Edith. Era un caluroso día de verano aquel en el que se le anunció que debía vestirse con sus mejores galas, pues aquella tarde conocería a su futura esposa. Ante el desconcierto del joven, tan solo se le aclaró que así lo había mandado su padre, sería un matrimonio de conveniencia, que aportaría beneficios a ambas familias.
Aquella misma tarde la casa era un continuo ir y venir de gente. Las flores adornaban cada estancia y aportaban una embriagante mezcla de diferentes olores y colores. La tensión se respiraba en el ambiente, cualquiera lo podía notar. Julius, tras arreglarse, y puesto que nadie le ofrecía mayor información, decidió investigar por su cuenta. Los criados, cocineras y mozos de cuadra chismorreaban en cada rincón de la finca, evitando cruzarse con el joven, sabedores de que serían asaltados a preguntas que tenían prohibido contestar. Repentinamente, el ajetreo, los susurros y los arreglos fueron sustituidos por una ligera histeria colectiva, todos corrían hacia sus respectivos puestos, y eso solo podía significar una cosa: su prometida ya había llegado.
La puerta se abrió ruidosamente y, precedidos de un criado que les abría el paso, aparecieron ante él un hombre alto y muy ataviado a cuyo brazo se aferraba una mujer de tez pálida y aspecto frágil, enfundada en un vestido burdeos, y, tras ellos, se encontraba una joven de cara redonda y afable enmarcada por unos rizos color chocolate que resaltaban su clara mirada.

Julius sonrió al recordar aquella inocencia que desbordaba Edith en su juventud y lo mucho que disfrutaron los días anteriores al anuncio público de su compromiso. Pero una voz lo sacó de su ensoñación:
-¡Julius! ¿Me has oído? ¡Mira!
Julius mira hacia dónde señalaba su esposa y resopla amoscado. Un pájaro, un pequeño pájaro que apenas sabía volar había entrado en el salón por uno de los grandes ventanales. Julius se agacha pesaroso, recoge a la pequeña ave con dulzura y se dirige hacia el jardín, dónde libera al pajarillo que, con gran esfuerzo, consigue mover rápidamente sus alas y volar entre las copas de los árboles, saboreando una libertad que, Julius más que nadie, desearía poder disfrutar unos instantes.

2 comentarios:

  1. Me ha parecido muy acertado el final, es como la esencia de lo que quieres transmitir durante todo el relato (:
    Por cierto me he decidido a publicar de nuevo ^^

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  2. Me alegro de que te parezca bien el final =)
    Vuelves a publicar!! Se echan en falta tus relatos!! Yo ando un poco agobiada, que 2º de bachillerato ocupa mucho tiempo jaja
    Un beso!

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