Seguidores

sábado, 18 de mayo de 2013

Clío


Era una tarde cálida, una tarde donde el sol brillaba en el cielo sin abrasar la piel de aquellos que caminaban bajo su luz. Era la clase de tarde en la que los cuentacuentos salían a cantar, con sus túnicas coloridas y sus palabras embelesadoras que atraían a niños, jóvenes, adultos y ancianos por igual. En el centro de una pequeña plaza las risas se mezclaban con los cantos alegres que un fantasioso anciano inventaba para los pequeños, un par de calles más abajo, en las ruinas de una antigua posada, un joven con el pelo negro y rebelde y una sonrisa pícara contaba historias de amor candentes, pasiones y engaños a los jóvenes más atrevidos y algún que otro próximamente adulto que se negaba a dejar atrás la rebeldía y jovialidad de sus años anteriores.
El más joven, de apenas quince años, de pelo dorado y rizado, ojos azules oscuros y profundos como dos pozos y una sonrisa tan dulce que toda chiquilla de la plaza andaba encandilada con ella, reposaba contra una barandilla, con expresión ausente en el rostro mientras relataba una de las tantas historias que conocía desde niño, aquellas sobre héroes, caballeros y hazañas históricas que su abuelo le había enseñado a contar y vivir en cuanto el pequeño aprendió a hablar.
                -Y de repente –miró directamente a los ojos de los interesados espectadores que permanecían embelesados con la cadencia de su voz-, nuestro héroe se levantó, mientras la profunda herida de su costado dejaba un reguero de aquel líquido rojo que mantiene la vida.
                Algunos niños que consiguieron escapar de sus padres para escuchar las crudas historias del joven juglar se taparon la boca, con la emoción del conocimiento del casi imposible alzamiento del héroe. Los ancianos asentían con orgullo por la pasión en las palabras del muchacho, mientras algunos chicos y chicas de la edad del juglar, que preferían la acción a la picardía del juglar de pelo negro, cuchicheaban entre sí con admiración.
                -“Nunca creí que los consiguieras, hijo” dijo arrepentido el anciano padre de nuestro héroe –el juglar continuaba su historia-. Él sonrió sin importar lo ocurrido tiempo atrás, pensando que no lejos de allí le esperaba algo incluso mejor que el orgullo de su padre.
                -Será una bella muchacha de cabello brillante y dorado como el trigo, ¿verdad que sí, Attis? –preguntó emocionada una muchacha algo más joven que el juglar, que puso a propósito a la imaginaria dama el cabello de éste.
                -No seas tonta, Cyrene, es una historia de valor, bestias y héroes, no una de esas de amor para las crías como tú –replicó el chico que estaba sentado junto a ella.
                -Puede que no vaya desencaminada tu preciosa compañera, amigo –interrumpió el joven Attis sonriendo, y provocando un ligero rubor en las mejillas de la muchacha-. No es esta una historia de amor y delirio, pero los héroes merecen alguien que les espere en casa cuando vuelven de sus hazañas, ¿no crees?
                El chico miró a Cyrene con el ceño fruncido, después volteó la cara y esperó a que su juglar favorito continuara con el relato.
                -Todo héroe quiere alguien que le entregue su amor al llegar a casa, una dulce esposa que lo espere con el corazón encogido, y nuestro héroe no va a ser menos, por supuesto. Su amada era hermosa como ninguna, de cabello tan claro que parecía blanco, con unos ojos verdes como el musgo que parecían más propios de una ninfa que de cualquier otro ser. La joven era hija de un gran señor, dueño de una de las villas más grandes de toda Grecia. Como bien sabéis nuestro héroe en sus comienzos no era más que un campesino, sin gloria ni dinero, y no aspiraba a tener para él a semejante belleza –las chicas suspiraban risueñas, gustosas por este giro en la historia, y hasta los más masculinos admitían en su interior que sería magnífico estar en el lugar del héroe-. Pero el valor que sintió al vencer a las bestias volvió a él para reclamar a la chica de los brazos de su padre, y con toda la voluntad de su cuerpo y mente consiguió que fuera suya.
                -Los héroes siempre quieren bellezas de las villas, que tienen la piel dorada y los ojos y el cabello hermosos –comentó una chica algo quejicosa-. Nunca buscan muchachas humildes y tan solo bonitas.
                Attis sonrió y se agachó hasta quedar a la altura de la joven, que estaba sentada en el suelo junto a algunos más.
                -Los héroes describen a sus esposas como preciosas mujeres de pelo largo, cuerpos de suaves curvas, ojos hermosos y labios generosos –admitió él-. Pero eso es porque así las ven ellos, aunque fueran sencillas y “tan solo bonitas” –utilizó las mismas palabras de la chica, que tanta gracia le habían causado interiormente-, las alagarían como si fueran princesas, reinas y prácticamente diosas.
                -Eso es cierto –confirmó la sonriente Cyrene.
                -Pero nunca se debe comparar a un mortal con un dios, recordad si no lo que cuentan las historias de muchas bellas y egocéntricas muchachas –dijo la voz suave y cautivante de una mujer escondida ente la multitud y bajo una fina capa verdiazul.
                -Cierto, señora –asintió Attis, reconociendo aquella voz que durante tanto tiempo había estado cercana a él.
                -Por favor, termina la historia –le llamó la joven quejicosa mientras le tironeaba de la túnica.
                -Claro –sonrió.
                Le dedicó una última mirada a la mujer de la capa y prosiguió con su historia, que ya estaba llegando a su fin.
                -Nuestro héroe tomó a la joven como su esposa, quien le dio fuertes hijos de cabello claro con los ojos negros y llameantes de su padre, y una preciosa niña con los ojos de su madre y el pelo rizado y castaño del héroe –continuó-. Y por fin, al regresar a casa de sus mil hazañas tenía quien le curara las heridas y lo esperara con el corazón encogido en el marco de la muerta.
                Todo el mundo permaneció en silencio.
                -Y como todas las historias, esta llegó a su fin, ¡hasta la próxima! –Attis dejó el tono solemne de sus historias y pasó a ser el muchacho alegre de quince años que era. Le guiñó el ojo a la sonrojada Cyrene y se apresuró a acercarse a la mujer de la capa.
                -Encantado de verte de nuevo, Clío –susurró mientras se alejaba andando rápidamente, siempre con la mujer pegada a su lado.
                -Cada vez lo haces mejor, Attis, estoy orgullosa de ti, mi niño –contestó ella calmada.
                -Aduladora como solo las musas sabéis serlo –comentó él carcajeándose-. Y bella, por supuesto.
                -Son ya muchos años, pequeño, ni tu ingenioso sarcasmo ni tus halagos hacen efecto ya en mí.
                -Jamás entenderé porque insistes en cuidar de mí, más que como pupilo me tomaste como hijo, y cualquiera sabe que eso no es algo que hagáis las musas así porque sí –declaró él con convencimiento.
                -¿Ni siquiera se me permite hacer buenas obras sin que alguien me lo reproche? –preguntó ella molesta.
                -No te lo reprocho, pero es extraño, qué sentido tiene negarlo.
                Clío miró al muchacho con dulzura.
                -Debería reprenderte por tu forma de hablarme –dijo la musa tratando de mostrarse altiva.
                -Claro, deberías –asintió Attis riendo.
                -Niño insolente.
                -Vamos, Clío, no lo digo en serio –sonrió el chico rozando el hombro de la musa con el suyo propio.
                -Maldito crío, sabes que no puedo cabrearme contigo –y una sonrisa se formó en sus labios.
                Ambos continuaron caminando en silencio, uno al lado del otro, durante unos minutos.
                -Hacía ya mucho que no venías a escuchar mis historias –comentó Attis.
                -Tengo trabajo que hacer, y ya no necesitas de mi ayuda como antes –explicó Clío-. La inspiración está en ti, pequeño, no es necesario inducirla como al principio.
                -Entonces, ¿dejarás de visitarme cuando creas que no necesito más ayuda? –preguntó el chico, cierto tono de decepción en su voz.
                -¿Preocupado por si te abandono, querido?
                -Han sido muchos años, no diré que no te aprecio, Clío.
                La musa se detuvo en medio de una pequeña calle de casas bajas y humildes, apoyando las manos en los hombros del muchacho se inclinó y le besó en la mejilla.
                -¿Cómo podría dejar a mi pequeño? –una sonrisa divertida se extendió en su rostro-. No te preocupes por eso, Attis, si fuera a dejarte ya lo habría hecho. Estás de sobra preparado para seguir tu solo.
                El chico no dijo nada, permaneció serio, sin mirar a los ojos de la musa.
                -Bueno, mi niño, tengo trabajo que hacer. Volveré a verte lo antes posible –se inclinó y le dio un cálido abrazo a su protegido-. Adiós.
                -Hasta pronto –dijo de vuelta el muchacho sonriendo.
                Luego permaneció inmóvil, viendo como su mentora se alejaba contoneando las caderas y se encogía en su capa hasta desaparecer como un susurro en el viento.

(Clío: musa de la poesía histórica y heroica)

1 comentario:

  1. Oh, que buen relato, Noa. Me encantó. Simplemente quedé maravillada *-*.
    Lo primero que hice cuando vi la entrada fue buscar qué significaba Clío jajaja y al final me di cuenta de que estaba su significado jajajaja.

    Besitos. Espero que estés súper good <3!

    ResponderEliminar