Ya
había pasado el mediodía y el sol brillaba intensamente en lo alto cuando
Domenico empezó a desprenderse de la telaraña que el sueño había tejido sobre
él. Aunque sabía que seguramente había dormido bastantes horas, se sentía poco
descansado, y notaba la cabeza pesada y embotada, como si tuviera una capa de
algodón envolviéndole el cerebro. Aún con los ojos cerrados, estiró brazos y
piernas mientras un bostezo escapaba de sus labios, y en el proceso se topó con
un cuerpo a su lado que le provocó unos segundos de pánico. Se tranquilizó a sí
mismo cuando recordó lo ocurrido al terminar la fiesta y giró sobre su costado
izquierdo, apoyándose sobre el codo, para observar a Cassandra. Sus labios
guardaban aún una pizca del color rojo con que, como casi todos los días, los
había pintado para la fiesta, pero poco maquillaje más se veía en su cara. Algo
de rímel y un toque de delineador negro, que apenas se habían movido de su
sitio. Suspiró a la par que alargaba la mano derecha para recoger un rizo que
le caía sobre la cara, que depositó con cuidado tras la oreja, y se inclinó
para rozar sus labios con los de ella, ligeramente, tan solo un suave toque. Se
separó y continuó observándola con ternura. En su fuero interno no hacía más
que pensar que despertarse de esa manera todos los días sería una maravilla, y
también su perdición, podría contemplarla durante horas sin importarle lo más
mínimo el mundo exterior, incluyendo su adorado trabajo.
Llevaba ya unos minutos perdido en sus
cavilaciones cuando Cassandra comenzó a removerse, deshaciéndose de las sábanas
que estaban enredadas en sus piernas empujándolas hacia abajo. Se frotó los
ojos con las manos y giró sobre sí misma para quedar boca abajo. En todo aquel
movimiento a Domenico no le pasó desapercibido el hecho de que la camiseta que
ella llevaba como pijama había quedado a la altura de la cintura, y pudo observar
libremente la parte baja de su espalda, la fina ropa interior de encaje color
salmón y las largas piernas, una estirada y la otra doblada. La tentación de
tocarla era grande, enorme de hecho, pero se contuvo por respeto a ella y, para
qué mentir, por su propio instinto de supervivencia. Cassandra sería muy capaz
de abofetearlo si hacía algo así. Unos segundos después, ella continuó con su
desperezamiento, se sentó de rodillas y estiró los brazos por encima de su
cabeza.
-Buenos
días, preciosa –Domenico decidió que tenía que intervenir y ese era un momento
igual de bueno como cualquier otro.
Notó
la sorpresa en el rostro de Cassandra cuando abrió los ojos y se giró hacia él,
seguido de un leve alivio por el hecho de reconocerle, pero que volvió a dar
pasó a una mezcla entre sorpresa y terror.
-¿Domenico?
¿Qué haces en… -miró a su alrededor para cerciorarse de que no era ella la que
se había colado en el cuarto de él en la enajenación de la noche y el alcohol-
mi cuarto? Mi cama, para ser más específicos. Tú y yo…
Él
se rio durante unos segundos, pero paró cuando vio que a Cassandra todo aquello
no le hacía ninguna gracia.
-Ey
–dijo suavemente.
Se
acercó a ella, tendiendo una mano y agarrando unas de las suyas. Cassandra
pareció consentir eso y guardó silencio.
-Tranquila.
Te estaba esperando aquí para hablar cuando casi todo el mundo se había ido. ¿Recuerdas?
–preguntó cauteloso.
Ella
lo miró fijamente unos instantes, su cerebro funcionando a toda velocidad,
buscando entre los recuerdos de la noche para llegar al por qué Domenico y ella
habían despertado en la misma cama. Domenico casi oyó como su cerebro hizo
‘clic’ cuando la expresión de ella se relajó notablemente.
-Bien
–susurró desplomándose de nuevo sobre el colchón.
Domenico
continuó observándola pero no dijo nada, se limitó a permanecer sentado,
pensativo.
-¿Tan
terrible hubiera sido que hubiera pasado algo entre nosotros? –dijo de repente
en tono ofendido-. O sea, no soy tan horrible, ¿no? Parece que te hubieras
librado de la peor cosa que pudiera ocurrirte jamás.
Cassandra
abrió los ojos y se incorporó de golpe, provocándose un ligero mareo que
consiguió calmar en unos segundos.
-No,
es que… Quiero decir… -ella tartamudeaba mientras él continuaba observándola-.
No sé lo que quiero decir. Es la primera vez en años que no puedo dar una
respuesta a algo.
-¿Y
eso qué significa?
-No
lo sé.
Ambos
soltaron un suspiro pesado y se quedaron mirando a ningún lugar en particular.
-Ayer,
bueno, antes, me besaste –soltó él de repente.
-¿Qué?
-Cassandra
–la miró fijamente-. Puedes estar segura de que bebí más que tú, y no creo que
seas de esa clase de personas a las que el alcohol hace perder la memoria
fácilmente. Sabes perfectamente todo lo que pasó. ¿Me equivoco?
Ella
permaneció en silencio, mirándole fijamente, no queriendo responder a nada.
Sabía que él sabía perfectamente que recordaba sin problemas los
acontecimientos ocurridos varias horas antes. Le parecía absurdo responder.
Interiormente estaba demasiado confusa para decir nada, cualquier cosa, estaba
convencida de que solamente sería capaz de soltar incoherencias, así que
prefirió guardar silencio y esperar a que algo pasara. ¿El qué? No lo sabía.
Que se levantara y se marchara cabreado, que se levantara y se marchara
cabizbajo, que se acercara y la bes… No, eso no, ni hablar. Se reprendió
mentalmente por pensar algo semejante.
Así que, no sabiendo qué hacer, fue ella
la que se levantó y huyó, encerrándose en el baño, donde abrió la ducha y se
metió durante más tiempo del que jamás había invertido en asearse tomándose su
tiempo para lavarse el pelo e incluso secarlo bien con el secador, y cuando se
dispuso a salir del baño tenía la esperanza de que él se hubiera ido. Pero,
como no, la suerte no estuvo de su lado.
-Lo
siento –fue lo primero que oyó cuando caminó dentro de la habitación, envuelta
en un amplio y suave albornoz de color negro.
-¿Qué?
–abrió los ojos sorprendida, mirándole fijamente.
-No
debería presionarte así, no tengo ningún derecho. Lo siento –repitió.
Domenico
pasó una mano por su cabello castaño despeinado y esperó sentado a que ella
dijera algo, pero Cassandra tan solo se sentó en el banco del ventanal y le
observó con una expresión indescifrable en el rostro.
-Tarde
o temprano te darás por vencido, todos lo hacen –susurró ella.
-Yo
no soy como todos –replicó él-. Y
siempre consigo lo que quiero.
Eso
consiguió arrancarle una sonrisa a Cassandra, porque ella tampoco se
amedrentaba nunca ante nada, siempre conseguía aquello que deseaba.
-¿Y
qué es lo que quieres exactamente? –preguntó, entrando en un juego al que,
aunque sabía que saldría escaldada, le era imposible resistirse.
Domenico
le lanzó una mirada entre incrédula y pícara.
-Sabes
lo que quiero, no te hagas la tonta –se inclinó hacia delante, apoyando los antebrazos
en las piernas.
-Realmente
no lo sé –dijo ella sinceramente cambiando la expresión de su rostro-. Nunca
entenderé qué quieres tú de mí. A los hombres suele bastarles un poco de
atención o una noche… memorable, para ver cumplidos sus deseos –susurró con el
rostro serio-. Aunque la gran parte de ellos jamás llegan a ese punto.
-Te
lo he dicho, yo no soy el resto de los hombres.
-Esa
frase es tan típica que carece de sentido –dijo mordazmente.
-Cassandra,
para ya eso. Deja de estar a la defensiva siempre que las cosas escapan de tu
control –se levantó y rápidamente se sentó junto a ella-. Deja de ver un
potencial enemigo en todo aquel que quiera acercarse a ti.
Ella
apartó el rostro y bajó la mirada, conteniendo las ganas de levantarse y
encerrarse en el baño hasta que él se decidiera
marcharse.
-Tienes
que irte, deberíamos vestirnos y bajar a comer algo.
-No
–replicó él rotundamente-. No me voy a ir.
-Domenico…
-No
–repitió-. No vas a escaparte así esta vez.
Se
miraron el uno al otro durante unos segundos y, finalmente, Cassandra asintió.
-Como
quieras –se puso de pie con intención de ir hacia el armario a coger algo de
ropa, pero el agarre de Domenico en su muñeca se lo impidió.
-He
dicho que no vas a escaparte esta vez, de ninguna de las maneras.
Con
un movimiento rápido tiró de ella sentándola en su regazo y capturó sus labios
en un beso tan dulce como intenso. Saboreó lentamente su boca, abriéndola con
la mano derecha hasta que permitió que su lengua danzara con la suya. Deslizó
una mano por su pierna mientras la otra acunaba su rostro con ternura, sin
romper el beso. Cuando al fin se separaron, se quedaron frente con frente, respirando
agitadamente.
-Domenico,
por favor, no…
Él
la atrajo de nuevo, no queriendo escuchar nada de lo que tenía que decirle.
-…sigas
–suspiró ella cuando sus labios se apartaron.
Y
fue en ese momento cuando Cassandra supo de verdad que no se daría por vencido,
que insistiría hasta que ella cediera. Y también fue el momento en el que se
dio cuenta de que jamás había tenido unas ganas tan intensas de dejarse llevar,
y eso la asustaba más que nada en el mundo.
-¿Qué
estás pensando? –preguntó él, interrumpiendo sus cavilaciones.
-¿Qué?
–preguntó a su vez, sobresaltada.
-Estás
pensando en algo, y yo diría que importante. Tienes esa expresión que pones
cuando tienes algo en la cabeza.
-¿Expresión?
Yo no…
-La
tienes –interrumpió él-. Y es encantadora.
Se
inclinó y depositó un beso corto y simple en los labios de ella, que dejó tras
de sí un silencio casi absoluto.
-¡Cassandra!
Ayer pasó algo… -la voz de Alice seguida de un portazo les devolvió a ambos a
la realidad de golpe, y las caras de todos ellos eran indescifrables mientras
se observaban unos a otros sorprendidos-. ¡Lo siento! ¡Debería haber llamado
antes de entrar! No quería interrumpir –añadió con sonrisa pícara.
-No…
-comenzó Cassandra, hasta que se dio cuenta de que seguía sentada en el regazo
de Domenico, momento en el que saltó como un muelle y se alejó unos pasos de él
en dirección a Alice.
-Tranquila,
puedo volver luego, ya veo que no soy la única con cosas que contar –la sonrisa
pícara persistía en su rostro.
-¿Y
tú que tienes que contar? –intervino Domenico sacando su lado de hermano
protector.
-Nada
de nada –negó sonriendo y tirando hacia debajo de su vestido ligero blanco como
si fuera una niña pequeña-. Al menos a ti.
Domenico
frunció el ceño.
-Voy
a ir a la cocina a por café y bollos de chocolate, cuando termines ven a mi
cuarto –le dijo a Cassandra-. Adiós hermanito –guiñó un ojo y salió por la
puerta alegremente.
El
silencio se hizo con la habitación y ambos se quedaron mirando fijamente la
puerta.
-Quizá
debería…
-Vete
ya, por favor –le cortó ella.
-Está
bien –contestó serio-, pero no te vas a librar de mí tan fácilmente.
Cuando
salió de la habitación y cerró la puerta detrás de él Cassandra soltó todo el
aire de sus pulmones. Las cosas se estaban complicando demasiado y a ella nunca
le habían gustado las complicaciones. Abrió el armario de par en par y sacó un
conjunto de ropa interior, unos vaqueros cortos y una blusa verde lima para a
continuación encerrarse en el baño y comenzar a arreglarse lentamente.
…………………………………………………………………..
-¡Por
fin! –exclamó Alice nada más ver a Cassandra abrir la puerta de su cuarto-. ¿Te
ha entretenido mucho mi hermano? –preguntó pícaramente.
-¡Alice!
–la reprendió Cassandra-. Se ha marchado al poco de irte tú.
-¿Qué?
¡¿Y por qué?! –exclamó-. No debería haber entrado así, estropeé el momento.
-No
estropeaste nada, no iba a pasar nada.
-Ya,
eso dices tú.
Cassandra
la fulminó con la mirada.
-Bueno,
vale… Pero si no ha pasado nada hoy acabará pasando pro…
El
móvil de Cassandra sonó en ese momento.
-¿Diga?
–contestó ella.
-Cielo,
soy yo –la voz de su madre le recordó la conversación con su hermano la noche
anterior.
-¿Qué
demonios han hecho los chicos ahora? Ayer hablé con Lucas y me pidió que no me
cabreara con ellos cuando hablara contigo. Y me recordó que me quieren –añadió con
sorna.
Alice
la miró interrogantemente.
-Mi
madre –gesticuló ella con los labios.
-Estos
chicos… acabarán matándome a disgustos. ¿Te imaginas lo que han hecho ahora?
No, no te lo imaginas, porque por lo visto a Tomás le pareció una gran idea
colarse en la casa del vecino, que está de vacaciones, y utilizar su jardín
como campo de fútbol. Y Lucas no podía ser menos, así que le siguió, y en un
emocionante momento de locura rompieron varias macetas y adornos que había en
las paredes de un balonazo. Pero, mira por donde no contaban con que la sobrina
de los dueños había pasado a cuidar de los pájaros y oyó el alboroto cuando
entró en la casa –paró un momento a tomar aire después de soltar todo de
carrerilla-. Y para complicar más las cosas en su afán por escapar, he
resultado acabar con un hijo con un esguince en el tobillo y otro con una
muñeca fracturada.
-Al
menos su pequeña aventura les ha dejado secuelas –comentó cuando su madre paró
de hablar.
-¡Menos
bromas! Tras mucho suplicar el vecino lo va a dejar todo en una chiquillada a
condición de que le paguemos lo que han roto –suspiró-. Pero ya no sé qué hacer
con estos chicos.
-¿Qué
tal un campamento de verano?
-Lucas
se niega rotundamente, ya sabes que siempre le ha costado despegarse, y Tomás
pondría el grito en el cielo si le mandáramos solo a él, aunque es quien más se
lo merece –añadió por lo bajo.
-Algún
castigo se os tiene que ocurrir.
-Matarlos
va a ser la única solución a este paso –emitió un susurro exasperado-. Cariño,
tengo que colgar. Hablamos pronto, te quiero.
Sin
darle tiempo a decir nada más, oyó el corte de la llamada y retiró el teléfono
de la oreja.
-¿Qué
ha pasado? Parecíais muy alteradas las dos –dijo Alice enseguida.
-Mis
hermanos se han metido en un buen lío esta vez. Han decidido añadir
allanamiento de morada a su lista de malos actos de este año, y es muy posible
que mi madre terminé asesinándolos.
Ante
la mirada incrédula de Alice, le contó todo lo que le había dicho su madre.
-Oh,
venga, no te cabrees tanto, seguro que no tenían intención de romper nada. Solo
son niños inquietos y traviesos –sonrió dulcemente.
-¿Vas
a ser la abogada defensora de las causas perdidas? –preguntó Cassandra
riéndose.
-Muy
graciosa. Toma –le tendió una taza de café que acababa de servir de un termo y
un bollo redondo cubierto completamente de chocolate-. Los ha hecho mi abuela
esta mañana temprano, y están demasiado ricos. El café todavía debe de estar caliente.
-Gracias
–lo tomó y dio un largo sorbo.
-Entonces
–comenzó Alice-, ¿qué hacía mi hermano en tu cuarto esta mañana con la misma
ropa que llevaba ayer en la fiesta?
Cassandra
emitió un bufido exasperado.
-Dame
un respiro, de verdad que te contaré todo, detalle a detalle, pero déjame
olvidarme de ello por un rato. Además, eres tú la que ha entrado como un
huracán en mi cuarto está mañana con la intención de contarme qué pasó anoche
en la fiesta desde que te perdí.
-¡Cierto!
–exclamó-. Pero tarde o temprano me dirás qué te ha pasado con mi hermano.
Vamos a dar un paseo y te cuento.
Ambas
se levantaron ágilmente y salieron del cuarto, llevando en las manos una taza
de café y un delicioso bollo de chocolate, mientras Alice parloteaba
alegremente sobre sus idas y venidas durante la noche, preparando las cosas del
buffet y la música, charlando con amigos suyos y conociendo a algunos invitados
extra que habían acabado en la fiesta.
-Espera,
¿qué? –saltó Cassandra en una parte del relato
-¡Ay!
Si le hubieras visto… -susurró risueña Alice-. De hecho, no sé cómo no le viste, todas las chicas andaban
rondándole.
-Eso
tienes que contármelo bien.
-Sí,
sí. Vamos afuera y así te enseño mi parte favorita del jardín y hablamos
tranquilamente.
Cruzaron
el salón y la cocina, y tras saludar rápidamente a los padres y abuelos de Alice,
salieron afuera, donde un sol radiante comenzó a calentarles la piel.
La verdad es que SÍ, Alice estropeó un momento perfecto!
ResponderEliminarHa sido muy dulce la manera en la que escribiste el encuentro de ellos dos por la mañana, pero ¿sabes? empiezo a sentir una punzada de pánico porque me temo que pronto llegue el tercero en discordia ¿no es así? *largo suspiro* solo espero que Domenico cumpla con su palabra de que nunca se rinde porque en cuanto empiece a dejarle el camino libre a la competencia voy a enloquecer de la furia.
Espero que los hermanitos de Cassandra realmente tengan un buen castigo porque si se les deja así como así sus acciones pueden ir de mal en peor XD aunque espero que Alice tenga razón con eso de que son simplemente niños traviesos.
Espero al siguiente capítulo :D
Te mando un beso enorme Ainhoa!
Tenía que parar ese momento romántico de alguna manera o a Cassandra le iba a dar después un síncope. Ha sido suficiente para descolocarla y dejar un poquito complacidas las ansias de todos de que se declaren amor eterno, pero no como para descuadrar con la personalidad de ella. El tercero en discordia... el tercero en discordia iba a alterar las cosas de una manera distinta cuando empecé a escribir. La pista está un poco en la sinopsis de la historia pero de todos modos opino que tendré que rehacerla, porque se ha descuadrado mucho con la idea que tenía yo en principio. Si es que odio profundamente lo que poner títulos y crear sinopsis, nunca me salen acertados y yo soy mucho de reestructurar las cosas mil veces en el proceso de escribirlas xD
ResponderEliminarLos hermanos de Cassandra no son malos, pero de esta se llevan bronca y castigo, eso seguro. Si es que... Tomás es el artífice de todo, menudo pilluelo es en mi mente cuando me lo imagino jajaja
Bueno, justo ahora iba a ponerme a escribir, que me queda un ratito para irme al gimnasio y me siento inspirada.
Besos!!